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La voz de los árboles de Tracy Chevalier
James Goodenough era un hombre sensato, pero las manzanas eran su debilidad; desde la infancia, cuando su madre le daba unas manzanas muy dulces en ocasiones especiales. Los dulces eran poco habituales, porque el azúcar era caro, pero el sabor dulce de una tarta de manzana salía casi gratis, porque una vez plantados, los manzanos daban poco trabajo. Se estremeció al recordar los primeros años en el Pantano Negro sin manzanas. Tuvo que pasarse sin ellas tres años para comprender lo importantes que habían sido en su vida y darse cuenta que le apetecían más que el whisky, el tabaco, el café o el sexo.
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