Buscaba, como tantas veces, respuestas en la literatura, que Thomas Mann me diera las certidumbres, sobre la enfermedad y sus demonios.
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Buscaba, como tantas veces, respuestas en la literatura, que Thomas Mann me diera las certidumbres, sobre la enfermedad y sus demonios.
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«El pequeño Señor Friedemann» de Thomas Mann: Se entiende que Monterroso y Barbara Jacobs introdujeran este relato en su «Antología del cuento triste». Es, efectivamente, uno de los cuentos más tristes que he leído. El pequeño Señor Friedemann del título es un pobre deforme por culpa de la nodriza que, siendo un bebé de un mes, se le cayó al suelo. «El pequeño Johann no era lo que se dice hermoso, ofreciendo una apariencia de lo más extraña, cuando, con su pecho abombado hacia afuera, su espalda terriblemente encorvada y sus delgados brazos, se entregaba con el mayor ardor a la tarea de cascar nueces, sentado en su taburete. Sin embargo, sus manos y sus pies eran finos y delicados y tenía unos ojos grandes de color avellanado, una boca de suave trazo y sedoso cabello de un tono castaño claro. Y de su mismo rostro, penosamente hundido entre los hombros, casi podía decirse que era bello». Piadosa descripción. Encuentra algo bello en la deformidad. El pequeño jorobado aprende no ya a soportar el dolor sino a disfrutarlo: «…significó para Johann un tremendo dolor, que él conservó para sí durante largo tiempo. Gozábase en este dolor, en cultivarlo, en entregarse a él, del mismo modo que uno se entrega a una gran felicidad, adornándolo con mil recuerdos de su infancia y nutriéndose de él, como el primero y más intenso de los acontecimientos de su vida.» Cultiva su sensibilidad a través de la música y la literatura: «…trataba de cultivar su espíritu. Amaba la música y no se perdía ninguno de los conciertos que ocasionalmente tenían lugar en la ciudad. EI mismo iba poco a poco aprendiendo a tocar el violín y no lo hacía mal, siquiera ofreciese un aspecto de lo más extraño cuando se hallaba entregado a esta actividad en la que encontraba un gran placer cada vez que arrancaba del instrumento bellas y suaves tonalidades. También, a través de sus muchas lecturas había conseguido crearse con el tiempo un verdadero gusto literario, que tal vez únicamente él poseía en la ciudad. Se haIlaba así al corriente de todas las novedades, tanto en el país como en el extranjero, y sabía paladear el rítmico encanto de una poesía y sintonizar su propio estado de ánimo con cualquier cuento de fino gusto literario. Casi podía decirse de él que era un verdadero epicúreo». Cuando cumple los treinta años se hace esta conformista reflexión: «…se dijo: «Han pasado ya treinta años. Ahora vendrán quizá otros diez, o todo lo más otros veinte, sólo Dios lo sabe con certeza. Se acercarán tranquilos y silenciosos y pasarán como los ya transcurridos; los esperaré, pues, con la mayor tranquilidad de espíritu.» Su paz de espíritu y su conformismo con su situación se ven alterados cuando aparece la Sra Von Rinnlingen. «¿No sentía todavía la mirada de ella posada sobre él? ¿No le había mirado, no como al final, de un modo vacío y sin expresión, sino como antes, con aquella palpitante crueldad, después de haberse dirigido a él con su tranquila y extraña manera de hablar? Oh!, ¿es que se complacía en hacerle sentirse desvalido y ponerle a la vez fuera de sí? ¿Por qué le asaeteaba con aquellas miradas? ¿Es que no era capaz de sentir un poco de compasión ante su desgracia?» La humillación a que se ve sometido por esta Señora, o la percepción subjetiva que tiene de la misma le llevan al suicidio: «¿No sería sensato lanzar una última mirada en derredor y luego irse abajo, a sumergirse en las tranquilas aguas, para, tras un corto instante de sufrimiento, sentirse liberado y a salvo en la tranquilidad del más allá? ¡Ah!, la tranquilidad y el sosiego, ¡he aquí lo que buscaba! Pero no la tranquilidad en el seno de la nada sorda y vacía, sino una suave y soleada paz, saturada de tranquilos y bondadosos pensamientos». El terrible final ante la indiferencia de la naturaleza que tanto amaba y las risas de los invitados a la fiesta es inolvidable: «¿Qué impulso determinó dentro de él lo que seguidamente ocurrió? Quizá fue aquel delicioso odio que había sentido cuando ella le había humillado con su mirada, el que ahora, al verse tendido en el suelo y tratado por ella como un perro, degeneró en loco furor, que él necesitaba descargar, aun cuando fuese contra sí mismo... tal vez el asco de sí mismo, que despertó en él inmensa sed de destruirse, de desgarrarse en trozos, de disolverse…» Este es de los cuentos que sigue resonando mucho tiempo después en la mente del lector. Inolvidable. + Leer más |
Siempre me ha dado respeto este libro, por su tamaño y por su autor. Y al proponerlo leerlo de forma conjunta de una amiga, vi la oportunidad.Es una saga familiar perfectamente dibujada, con abuelos, padres e hijos dedicado a la empresa familiar. Y a través de ellos el autor nos va a plantear temas como la religión, el valor del espíritu sobre la práctica, el papel de las mujeres en una sociedad que empieza a cambiar... Lo hace de forma magistral.
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La novela plantea uno de esos problemas irresolubles que devienen de lo problemático de nuestra naturaleza. Como no sería capaz de expresarlo mejor, traigo aquí las palabras que Vargas Llosa recogió en el prólogo a mi edición refiriéndose a los instintos: “aunque su presencia siempre entraña un riesgo para el individuo y una amenaza de disolución y violencia para la sociedad, su total exilio empobrece la vida, privándola de aquella exaltación y embriaguez —la fiesta y la aventura— que son también una necesidad del ser”. A la cabeza de esos instintos “peligrosos” están los que tienen que ver con la sexualidad, sobre todo cuando el objeto del deseo es moralmente inaceptable. “Porque la Belleza, Fedro, tenlo muy presente, solo es a la vez visible y divina, y por ello es también el camino de lo sensible, es, mi pequeño Fedro, el camino hacia el espíritu. Pero, ¿crees acaso, querido mío, que algún día pueda obtener la sabiduría y verdadera dignidad humana aquel que se dirija hacia lo espiritual a través de los sentidos?¿O crees más bien (te dejo la libertad de decidirlo) que es éste un camino peligroso y agradable al mismo tiempo, una auténtica vía de pecado y perdición que necesariamente lleva al descarrío?" A estos problemas se tiene que enfrentar Gustav Aschenbach, un famoso hombre de letras, dotado de talento y, no menos importante, de una férrea voluntad, una severa disciplina y una gran ambición. Sus problemas de salud lo aislaron muy pronto del mundo impidiéndole disfrutar del “despreocupado abandono de la juventud”, quizá por ello, su palabra predilecta fue desde siempre «resistir», un lema que marcó su carácter y su obra. Los héroes de sus libros encarnaban la figura de San Sebastián: mantenerse firme pese “a la aflicción y a los tormentos, pese a la miseria, al abandono y la debilidad física, pese al vicio, a la pasión y a mil impedimentos más”. El heroísmo de sus personajes era el de la debilidad, el heroísmo de los que lograban imponerse a sus vicios y penalidades. “Para que una obra espiritual relevante pueda tener sin demora una incidencia amplia y profunda, ha de existir una secreta afinidad, cierta armonía incluso, entre el destino personal del autor y el destino universal de su generación” En su madurez, la obra de Aschenbach se había decantado “hacia una especie de paradigmática solidez, de trasfondo tradicional bien pulimentado, conservador, formal y hasta formalista”. El autor había aceptado un título nobiliario y sus obras se leían en los colegios, pero él se sentía insatisfecho con su trabajo actual y pensó que un corto viaje le infundiría las fuerzas que necesitaba para reavivar su obra. “Con asombro observó Aschenbach que el muchacho era bellísimo” Qué mejor decorado que la bella y decadente Venecia para situar el retrato de una decadente sociedad y asistir a la decadencia de un hombre enfrentado a su última lucha: unos deseos y una pasión de los que siempre había abominado. Una pasión que, por un lado, se transmitió rápidamente a su apagada vida y a su faceta creativa… “Nunca había sentido con mayor dulzura el placer de la palabra ni había sido tan consciente de que Eros moraba en ella, como durante esas horas peligrosamente exquisitas en las que, sentado a su tosca mesa bajo el toldo de lona, en presencia de su ídolo y con la música de su voz en el oído, dio forma a un breve ensayo inspirándose en la belleza de Tadzio, una página y media de prosa selecta cuya transparencia, nobleza y tenso y vibrante lirismo habrían de suscitar, poco después, la admiración de mucha gente…” … pero de los que se sentía dominado,… “Así, víctima de su extravío, no sabía ni quería otra cosa que perseguir sin tregua al objeto de su pasión, soñar con él en su ausencia y, a la manera de los amantes, dirigir palabras tiernas a una simple sombra. … le inclinaban a extravagancias y preocupaciones de las que en otro tiempo se habría avergonzado, … “A la vista de la juvenil tersura que lo había embelesado, su cuerpo senescente le daba asco; la visión de sus cabellos grises y los perfilados rasgos de su rostro lo sumía en la vergüenza y la desesperanza” … abocándolo a una amarga situación de la que ya no había vuelta atrás. “… quien está fuera de sí nada aborrece tanto como volver a sí mismo… la idea de volver a casa, al ámbito de la prudencia y el discernimiento, de la fatiga y el esfuerzo que aspira a la maestría, le repugnaba a un grado tal que el rictus de malestar físico contrajo su rostro” Una maravilla de lectura, bella, profunda, brillante. P.S. He releído la novela en el ejemplar que conservo de Círculo de Lectores en su Biblioteca de Plata. Una colección, como muchas otras de Círculo, fabulosa en su edición, con fotografías, la semblanza biográfica del autor y unos prólogos maravillosos de Vargas Llosa que después fueron reunidos y publicados en su libro «La verdad de las mentiras». Compré bastantes ejemplares en su día, y alguno más después en las plataformas de segunda mano en la que se pueden encontrar por precios irrisorios, y me gustaría dedicarle aquí este pequeño homenaje. + Leer más |
Lo prohibido ejerce sobre nosotros una atracción tan fuerte hacia el abismo que, a pesar de ver que nos conduce a lo más profundo y oscuro lo que somos, resistirse es absolutamente imposible. La muerte en Venecia (Navona, 2023), de Thomas Mann (1875-1955) es una novela breve, publicada en 1912, en la que se nos presenta la estancia en la ciudad de los canales del escritor Gustav von Aschenbach. Durante la misma se siente brutalmente atraído por un muchacho polaco, Tadzio, que se encuentra hospedado con su familia y al que no duda en perseguir obsesivamente. A pesar de que se muestran numerosos indicios de a dónde le conduce este enamoramiento, el protagonista es incapaz de alejarse del objeto de su deseo. El ambiente moroso de la obra, muestra de la ociosidad burguesa de principios de siglo, así como las ideas acerca de la homosexualidad, la creación artística o el carácter se han vinculado con elementos biográficos del propio autor. En muchos de sus pasajes se respira a Nietzsche, la filosofía y la mitología clásicas o la enfermedad del tedio que muestra decadencia de Occidente, previa a la Primera Guerra Mundial. Tadzio -en ocasiones Eros, otras, Narciso-, siempre tentador para Aschenbach, un ángel a lo Rilke -"todo ángel es terrible"-, abre también el análisis acerca de la crisis sobre la identidad sexual y su represión. También acerca de la fantasía sobre la belleza masculina y ese placer prohibido. Mann controló esos apetitos para no arriesgar las comodidades de su vida, limitándose a tratar el tema en su obra. En cualquier caso, sabemos que en 1911 viajó a Venecia, alojándose en el Gran Hôtel des Bains del Lido y sintiendo un intenso interés por el joven barón Wladyslav Moes, de origen polaco, que parece haberle inspirado a Tadzio. Literatura y vida se entrelazan en un nudo difícil de desatar. Enlace: https://www.instagram.com/mi.. + Leer más |
Se trata de un libro lleno de carga filosófica. Sus páginas están impregnadas de reflexiones sobre el tiempo, política, religión, la propia vida, la enfermedad... La trama del libro discurre en un sanatorio donde Hans Castorp, el protagonista, va a parar, al principio como visitante, pero pronto como enfermo. Allí, en sus paseos reglamentarios, es donde mantiene estas conversaciones tan variopintas y filosóficas. En cuanto a mí opinión sobre el libro, tengo que decir, que incluso a mí, que me interesa el tema, me ha resultado pesado en ocasiones. Tal vez sea porque hacía tiempo que tenía la filosofía un poco dejada de lado o por la extensión del mismo (son más de 800 páginas). Así que sólo lo recomendaría para aquellas personas que ya tengan cierto interés en los temas filosóficos, ya que para empezar me parece demasiado. |
Primer libro que leo de Thomas Mann y aún reconociendo la maestría y la belleza de su prosa, no es mi estilo. Parece ser que no soy una lectora que me guste la introspección y el estilo reflexivo. Sus frases son extensas, elaboradas, pulidas, muy bellas, pero no me llegan... mi mente se desvía y pierdo el hilo cuando se pierde en ampulosas descripciones de un amanecer, o profundas reflexiones sobre el sentido del arte o la belleza. Y soy consciente que su grandeza viene de ahí, no de la trama, que por otra parte es bastante sencilla y archisabida por todos. Escritor maduro en plena crisis se va a Venecia en busca de descanso y aires nuevos y en el hotel entra en contacto (visual) con una familia polaca y su hijo pequeño de una belleza espectacular y nuestro protagonista sucumbe a ella, obsesionándose por el adolescente. Lo he leído dos veces y escuchado una tercera, porque no quería perderme esas disquisiciones del autor, pero lo dicho, debo ser una lectora superficial a mi pesar. + Leer más |
He leído éste tochal durante 3 meses y aunque empecé con muchas ganas, mi interés fue decayendo con el paso del tiempo (tema recurrente del libro, por cierto) y acabé pasando del formato escrito al audiolibro (que debo decir que no me entusiasma especialmente) para agilizar un poco. Es una novela densa, filosófica y para mi gusto algo repetitiva con los temas, lo que la hace demasiado larga y algo pesada por momentos, pero escrita maravillosamente bien. Creo que la hubiera disfrutado más en otro momento más tranquilo de mi vida |
Mi primer libro del autor, y encuentro una prosa maravillosa, fácil de seguir, con una gran facilidad para explorar el lenguaje en hermosas ambientaciones para que veamos los paisajes, lugares, personas, sentimientos y pensamientos de sus personajes. Conocemos un escritor ya en su vejez buscando un lugar que haga renacer algo de la dicha de antaño, en un viaje a Venecia, queda impactado de un joven polaco de 14 años, al qué compara con un Adonis, una historia de atracción, descubrimiento, amor y obsecion; y también una historia de decadencia, de vejez, anhelos, amor imposible. Me gustó la novela, pero no me maravillo como a otros lectores, sin embargo si que quiero leer más del escritor. |
Muerte en Venecia del autor alemán Thomas Mann quien fue premiado con el Nobel de Literatura 1929 es una novela breve acerca del exitoso profesor Gustavo Von Aschenbach en sus últimos días. El académico decide tomar unas vacaciones en un lugar completamente diferente a su ciudad buscando inspiración para continuar escribiendo. Aschenbach viaja a Venecia cuando aún tiene imágenes de su último viaje a tal lugar; sin embargo, al llegar nota ciertas diferencias y no siente muy agradable su estadía en esta pintoresca ciudad. Cambia de idea cuando conoce al jovencito polaco Adgin o Tadzio, como él lo llama, quien viaja con su familia a este lugar de recreación. Aschenbach está en un estado de fascinación por el adolescente de catorce años quien le recuerda los personajes de la Grecia clásica, de ahí el nombre de Tadzio. Una vez que regresa al arrepentirse de cambiar de lugar recreativo, su rutina consta de salir muy temprano por la mañana y contemplar a Tadzio sumergirse en el mar y jugar con sus amigos. A la par, nota que hay un cambio de ambiente en el hotel y muchos huéspedes han partido, él da la razón de esto al cambio de estación ahora acercándose al otoño con vientos moderados. Otro cambio es el aroma a desinfectante por toda la ciudad, el profesor pregunta a los camareros del hotel y solamente le explican es por razones sanitarias. Él no queda conforme con esta respuesta y en una salida le pregunta a un empleado inglés quien le menciona la amenaza de una epidemia de cólera que ya ha causado numerosas muertes; no obstante, las autoridades no quieren alarmar a los vacacionistas. Aschenbach toma la decisión de pasar más días de relajación, por lo menos hasta enterarse de la partida de la familia polaca. Éste es el primer libro que leo de Mann, tiene un estilo muy refinado y descriptivo tanto para ambientes como personajes. Tiene una suave mención a la temática LGBTQI+. Tengo en mi lista de pendientes La montaña mágica. Muy recomendable el libro, la película aún no la he visto.
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La belleza sensitiva engaña, castiga, hiere, mata; pero la belleza nos libera, nos brinda esperanza y nos hace amar. Leer esta obra y quedarse simplemente en el nivel diegético es un gran error, ésta no es sólo la historia de como un señor de avanzada edad se enamora de un joven de catorce años; esta es una historia de como una persona, después de vivir de manera estoicamente monótona, de abandonar lo dionisiaco para entregarse de lleno a lo apolíneo, es abrumado por la constante luz pálida del rigor y la seriedad; el ser humano no es capaz de vivir sólo en uno o en el otro, es necesario que conozca ambas caras de la moneda para sobrevivir. Siguiendo esta idea, y retomando a Gustav, su historia es la de aquel ser (entendamos ser como persona, sociedad, comunidad, etc.) que después de una vida en la cegante luz de lo apolíneo, conoce el placer de los dionisíaco al ver como la belleza sensual se encarna en Tadzio, joven que, si bien nunca habla, podemos comprender su representación en la novela, pues, así como Aschenbanch es lo apolíneo -luz sempiterna de la razón-Tadzio es lo dionisíaco, joven de belleza carnal condenado a morir joven debido a su condición enfermiza. De cierta manera, esta obra es, en parte, una una respuesta al "Fedón" de Platón. Esto lo digo por la cantidad de referencias intertextuales que hay con dicho diálogo: Mientras que en la obra del ateniense se dice que un filósofo siempre debe estar preparado para morir, pues la realidad que apreciamos no es más que un mero simulacro de la verdadera belleza (mundo de las ideas); en la obra del alemán vemos como el escritor Gustav von Aschenbach abandona toda suerte de salvación por el amor que desarrolló por un hermoso efebo, a quien mira como si fuera la encarnación de algún dios. Todo lo que digo lo vemos en el transcurso de la obra: desde que Gustav llega a Venecia y observa, con desprecio, a un señor que aparenta ser joven con el fin de gozar de la compañía de unos estudiantes; hasta el momento en el que él mismo acude a trocar su apariencia con el fin de ser más "digno" ante los ojos de su amado platónico: Es la corrupción de lo apolíneo. De la misma manera, esto no sólo ocurre con Gustav, sino también con Venecia: una ciudad caracterizada por la belleza, cuyo recuerdo renacentista rememora tiempos de sabios y pensadores, es ahora el nido de una enfermedad y corrupción que poco a poco va comiéndose a la ciudad. Todo esto es revelado a lo largo de la novela, empero, durante el momento clímax, que es cuando se descubre abiertamente la condición paupérrima de la sanidad en dicha ciudad, Gustav ya ha sido corrompido y es cuando sacrifica los ideales de toda su vida por el amor hacia un joven a quien apenas conoce: Es aquí cuando comprendemos que la belleza platónica dejó ser lo importante para el protagonista y se deja vencer por lo sensitivo, el simulacro ha ganado y sólo queda ver el final. Ahora, viene la pregunta ¿Es acaso esto malo? ¿Es acaso algo malo abandonar todo con el fin de vivir, aunque sea por una vez en esta vida, la experiencia estética? Gustav, reitero, es no sólo lo apolíneo, sino también el ente oprimido por la forma clásica del canon. Tadzio, en cambio, es la amable rebeldía que llena de placer a la vida. Insisto, tratemos de ignorar, aunque sea por un segundo, el incomodo tinte pedófilo que tiene esta relación y veamos más allá, pues esta novela no brilla tanto por su diégesis, sino por su profundidad. La respuesta, a mi parecer, es no. Esta nos enseña varias cosas, entre ellas, que el balance entre lo apolíneo y lo dionisíaco debe estar en armonía si queremos sobrevivir a las experiencias estéticas de esta vida: sí, es necesario buscar el orden y la paz, pero también el ritmo y la pasión; también, nos enseña que todo orden impuesto es agobiante y que el cambio pasional es necesario si queremos encontrar esa inspiración para seguir viviendo. Muerte en Venecia es una gran obra que debería ser leída por todos. Es un clásico corto, denso, pero tan rico que es casi impensable perderse dejarla de lado a pesar de sus controversias. + Leer más |
“No se trata de hablar, no se trata de callar: se trata de abrir algo entre la palabra y el silencio.” Roberto Juarroz, un gran poeta, dio a luz esta frase, puso sentido a algo distinto que se sitúa en medio. Esta perla escrita, hoy me sirve a mí, para encabezar una reseña, para resumir algo a lo que volveré más adelante. Thomas Mann, el autor, parece decantarse por dotar a Gustav Aschenbach, su protagonista, por la superioridad, amamantado a los pechos de la introspección , el ser acariciado por la solvencia de la soledad, cuyo pensamiento emancipado e intelectualizado lo elevará por encima del otro. La novela, esta Muerte en Venecia, parece albergar en su seno la cuestión vital a resolver del ser humano, me dejo caer o me aferro. El abismo o el sentido profundo de continuas resurrecciones a través de la belleza, de la creación intelectual, como sujeción ante la siempre posible caída y ante el desmoronamiento. El protagonista, Gustav parece despertar de un sueño, el de su vida de éxito y aclamación y se descubre como pesadilla de la que quiere y necesita huir , escapar, emigrar de todo y de todos, si es que esto fuera posible, y sobre todo, alejarse de él, de su trabajo, de sus esfuerzos, de su insufrible responsabilidad con su obra. En él urge una ruptura plena, integral, absoluta, quizás viajar, hallar otras cosas de las que puedan darse en otras tierras, en otros confines, capaces estas, de deportarlo lo más lejos posible de todo aquello que ha venido siendo su vida. El gusto y el carácter de Gustav Aschenbach por envolverse con los ropajes de la soledad lo configuran, en esta novela, como taciturno, confuso, inseguro y pesimista. Un hombre que ocupa una cara de la moneda cuyo reverso se llena con seres sociables, abiertos, que quizás , sin demasiados motivos para ello, se sienten felices, seguros y confiados. Una misma moneda con dos caras que se oponen, que representan la vieja unidad de los contrarios. La novela se empieza a desplegar en un ambiente culto, hedonista, muy intelectualizado en el que un hombre, un escritor, se encuentra inmerso en plena crisis existencial. Gustav Aschenbach, lo hemos dicho, hombre solitario que permanece constantemente debatiendo consigo mismo, arropado por la soledad y seguro en ella, está notando como cada célula viviente de su cuerpo comienza a tomar el camino que parece llevar al final, no al de etapa, no al de ciclo, sino a ese otro que se escribe con letras mayúsculas y perecederas que pesan como plomo y que al unirse forman el sustantivo decadencia y final. Busca en su cabeza un destino, el lugar después de la escapada. Escudriña, duda y por fin se decide por Venecia. El primer desencuentro se producirá en el vaporetto que lo lleva a uno de los hoteles del Lido, rodeado por música, alegremente chabacana , y un viejo enjuto y seco con la cara maquillada, con el objeto de parecer más joven, desdentado y exageradamente sonriente, se dirige a Gustav, el escritor siente un profundo rechazo, desprecia esa terrible caricatura. Un posterior desencuentro se dará cuando el gondolero que lo ha de llevar al hotel, se muestra absolutamente rebelde a obedecer las órdenes que le da Gustav. Y otro más, en el hotel cuando percibe las incorrecciones y mala educación de algunos huéspedes. Ya en el hotel, en el bellísimo hotel, ya en su habitación, al abrir la ventana, siente como le golpea el cuerpo el pavoroso bochorno del siroco. Si sumamos estos acontecimientos antipáticos para un hombre como Gustav y el insoportable ambiente del siroco, podremos comprender que quiera abandonar Venecia, aún a pesar de que había mirado y había visto a un adolescente, a un joven, a un efebo de no más de catorce años, cuya belleza superior no necesitaba ser contada, ni ser explicada. Gustav dejará el hotel, pero un hecho fortuito le obligará a volver de regreso, han extraviado sus maletas y debe quedarse. Ahora es momento de retomar aquello que escribió Roberto Juarroz y que ha encabezado esta reseña, Gustav Eschenbach, verá, observará y se cruzará a diario con el joven Tadzio. En ningún momento, en ninguna página, en ninguna línea de la muerte en Venecia aparecerán estos dos personajes dirigiéndose una sola palabra, qué falta hará esta cuando la belleza , la hermosura y la pureza, hace innecesarias y ruidosas las palabras. A esta exuberancia, a esta plenitud, a este algo superior no le pedimos voz, le rogamos solamente que nos permita seguir contemplando lo que a todas luces, sabemos divino. En la muerte en Venecia de Thomas Mann lo que queda en medio, lo que ocupa el centro entre la palabra y el silencio, es la mirada, el gesto, la seducción, es la explosión de los cinco sentidos, vista, oído, olfato, y los que quedan fuera, el gusto y el tacto, se intuyen y se desean. Las miradas y los gestos del maduro Aschenbach y del joven Tadzio parecen perseguirse, y desde luego, en casi todas las ocasiones turban su mirada. Otras veces la apartan para poder volver a Tadzio con más fuerza, con más determinación, a la manera que ya nos lo contó Sthendal cuando nos proponía que debíamos apartar la mirada de la obra de arte, para no desmayar y poder volver a ella con más fuerza. Gustav Aschenbach siente una Venecia sucia decadente, llena de callejuelas imposibles y un olor penetrante y desagradable lo va inundando todo, es el hedor del desinfectante. En Venecia hay cólera , las autoridades lo niegan pero la evidencia se manifiesta en cada rincón de la ciudad. Thomas Mann en Tadzio, parece haber rescatado una figura perteneciente a la estética griega clásica. Tadzio no solo reúne las características físicas de una belleza armónica, es que además su gestualidad es de una armonía contundente, baste para ello, recordar el momento en el que el joven entra en el mar y parándose con agua hasta un poco más allá de los tobillos levanta el brazo para señalar algo inconcluso, algo que no sabemos muy bien qué significa pero que es de una belleza sublime. Quizá el anuncio de la despedida. Los días se sucederán imponiéndose las miradas, los gestos y el entusiasmo de Gustav al poder contemplar a diario, aquello que pedimos que no nos ciegue para poder seguir contemplándolo eternamente, como imprescindible sustento para no desfallecer. Todo va sucediendo con un orden organizado desde lo sublime que adorna, que cruza por la palabra y el silencio sin rozarlo siquiera. En Venecia el cólera se hace fuerte, los viajeros van dejando los hoteles, y volviendo a sus lugares de origen. La familia de Tadzio también lo hará, pero para el joven y su familia hay un día más de playa , para Gustav también, sentado en una hamaca en la arena, se dispone a contemplar lo excelso , lo sublime, para lo que no existe un adjetivo terrenal que pueda nombrarlo. Gustav con su cara maquillada, a la manera del hombre que despreció en un principio, con sus mejillas coloreadas en un rosa excesivo, sus labios tintados por el carmín, su cabello canoso ennegrecido, y sus pestañas y cejas oscurecidas también, ya que el imperativo es ser y sentirse joven, necesita sentirse apto para que sus miradas hacia Tadzio le ofendan un poco menos. La muerte en Venecia es una novela casi de obligada lectura. Para la persona que escribe esta reseña, se trata de una de las obras imprescindibles, capaz de recoger en cada una de sus páginas, la verdad de la existencia. Leyendo esta novela en algún momento, tendremos que apartar la vista de ella para recogernos y pensar. Y por cierto, la película, que se hizo de esta obra, dirigida por Visconti recoge con enorme solvencia la esencia del libro, es también una bellísima obra de arte. + Leer más |
"La soledad hace madurar lo original, lo audaz e inquietantemente bello, el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito." Publicado en 1912, La muerte en Venecia es un relato apasionante y magníficamente desarrollado sobre la creación artística, la inmediatez de la belleza y el precio que paga el artista. Una Venecia de principios de siglo XX antes de ser devorada por la desbordante infamia turística, nos la imaginamos en colores mate de un verano sofocante en la piel de ese compositor alemán maduro entre lagunas y góndolas recuperándose de una crisis y cayendo en el abismo de ese Ángel de la Muerte de cabellos rubios y pinta de efebo. Tadzio como encarnación de la belleza ideal y su permuta en obsesión captan la atmósfera sensual y morbosa de la propia ciudad de veneciana. Un lugar de ataúdes negros aterciopelados sobre el agua donde la gente va a morir. Se dialoga poco y se reflexiona mucho a través de monólogos interiores descritos por Mann como Von Aschenbach. La sutil ironía del texto es lo que debe ser, y lo que esperamos que sea cuando cogemos el libro y empezamos a leerlo. La consumada obra de la creación. La frustración sexual y la felicidad familiar destruida. La evidencia de la mentira existencial del autor que descubre una solemne Venecia mortuoria. Cuando Aschenbach reconoce su deseo, ya es demasiado tarde. + Leer más |
“¡Qué audacia descender a las profundidades, el mundo insignificante y absurdo de los muertos!” Pues sí, señoras y señores, la muerte es el final de la película que protagonizamos todos y cada uno de nosotros, perdonen el spoiler. Y aunque afortunadamente vivimos buena parte de nuestra vida de espaldas a ese desenlace seguro, la muerte nos constituye y nos condiciona como especie y como individuos. Nada más lejos de la verdad esta sentencia de Epicuro que el autor incluye en su novela. “Mientras existimos nosotros, no existe la muerte, y, cuando existe la muerte, no existimos nosotros; por consiguiente, no hay ninguna relación real entre la muerte y nosotros; la muerte es algo que no nos atañe absolutamente en nada.” “La montaña mágica” nos acerca a la muerte, y no solo por lo que se tarda en su lectura. La muerte está presente a lo largo de toda la novela, aunque su función no sea otra que prepararnos para la vida. Mann nos viene a decir que la auténtica salud solo puede conseguirse tras el enfrentamiento con lo que supone la enfermedad y la muerte. Pero también habita en esta montaña una “magia del desvarío” catalizadora del cambio de naturaleza que se produce en las personas que allí suben y que corren el peligro de conformar una nueva patria que les expulsará de la otra, la sana físicamente, la cruel y vana. “Hay un estado de buena salud que no nos permite comprenderlo todo” André Guidé. Como si de un cuento se tratara, esos que se cuentan a los niños para ayudarles con sus miedos, Mann nos presenta a Castorp, huérfano de padre y madre, a los que apenas conoció, que, tras sondear “abismos que en otros tiempos se encontraban insondables”, a través de un “camino pedregoso, salvaje y amenazador” llega a un mundo parecido al conocido pero sustancialmente distinto, el sanatorio en el que su primo se recupera de una enfermedad que puede ser mortal. La visita de tres semanas acabará por durar siete años. Castorp nos irá acompañando por las estancias del sanatorio donde iremos observando los efectos que la enfermedad y la cercanía de la muerte tiene sobre las voluntades, los caracteres y los valores de sus moradores, como es causante de la desaparición de pudores, como modifica los modos de relacionarse, de estar en el mundo y hasta la forma de amar. "A veces pienso que estar enfermo y morir no son algo tan serio, sino una especie de paseo sin rumbo; en realidad, las cosas serias no se encuentran más que en la vida de allá abajo.” Sabremos de la humillación que supone la enfermedad, de la crueldad de la naturaleza en consentirla, de la soberanía sobre nosotros que el cuerpo adquiere y, por último, lo más importante quizás de la novela, de la enfermedad como anestesia, como obstáculo para la actividad y la lucha, la enfermedad como aristocracia, como equivocada fuente de dignidad. Los enfermos establecerán en la montaña una comunidad de elegidos viviendo en un espacio sin tiempo y a salvo de las otras fiebres que sufren los del mundo de allí abajo. “Aquellos cuyo destino justificaba la excepcional necesidad de consuelo, aquellos que habían hecho un pacto interior con la naturaleza en el que renunciaban a las alegrías y desgracias de la vida en el mundo de allá abajo a cambio de otra vida, marcada por la apatía y la inercia pero muy, muy fácil y placentera, tan libre de preocupaciones que hasta anulaba el sentido del tiempo. Todo lo dicho hasta ahora justifica el que haya mantenido tres de las cuatro estrellas que los míticos recuerdos de mi primera lectura, allá por el pleistoceno, me animaron a otorgarle en el momento en el que inicié mi andadura por estos mundos goodreadsianos. Aunque también he de decir que una de las tres estrellas que permanece en mi calificación casi se debe en exclusiva al capítulo titulado Nieve, espléndido. ¿Dónde se quedó la cuarta estrella? Lo confieso, hay partes, no pequeñas ni escasas, que he leído en diagonal, no porque las tuviera frescas en mi memoria, apenas recordaba nada de mi anterior lectura, sino por el nulo interés que en mí despertaban. La novela ha envejecido regular para mí en muchos aspectos, empezando por las innumerables consideraciones sobre el concepto tiempo que se hacen a lo largo de toda la novela y que a estas alturas de la película me han parecido triviales y sin la relevancia necesaria como para protagonizar tal número de páginas. No descarto que Mann pretendiera hacernos sentir esa extraña percepción elástica del tiempo alternando partes absorbentes con otras realmente tediosas. Tampoco me ha interesado, como seguramente lo hizo en mi adolescencia, el conflicto cuerpo-espíritu que ha presidido muchas de las incontables disquisiciones entre el humanista Settembrini y el reaccionario Naphta. Ideas igual de superadas, al menos en lo que a mí se refiere, que las disquisiciones entre razón y fe o ciencia y Dios en las que tanta tinta gastó Mann. Por no hablar de la inocente fe en el progreso que tan entusiásticamente nos explica Settembrini, de la supuesta íntima relación entre las enfermedades del alma y las físicas o todas esas fantasmagorías de las últimas páginas o la concepción del buen salvaje rousseauniano, o el Adan previo al pecado original, que ambos intelectuales comparten y que a mí tanto me repele. “N: No creo equivocarme al suponer que estamos de acuerdo en admitir un estado original e ideal de la humanidad, un estado sin organización social y sin violencia, un estado de unión directa de la criatura con Dios en el que no existían el poder ni la servidumbre, no existían la ley ni el castigo, ni la injusticia, ni la unión carnal, ni la diferencia de clases, ni el trabajo ni la propiedad; tan sólo la igualdad, la fraternidad y la perfección moral. S: Estoy de acuerdo excepto en el punto de la unión carnal.” En fin, otro encuentro algo decepcionante con aquel lector que fui. + Leer más |
Sospecho que la mayoría de las novelas comienzan en la mente de sus escritores como una confusión de imágenes, impulsos, significados dispersos y algún tipo de trama vaga. Uno espera que el libro terminado contenga una cierta verdad más amplia, aunque esa verdad es imposible de expresar completamente en palabras. Un gran libro como este es probablemente demasiado complejo y estratificado para ser traducido de una vez por todas. Nosotros los lectores también somos parte del proceso continuo de traducción. Ninguno de nosotros lee exactamente el mismo libro, incluso si las palabras son idénticas. Esta es una novela hermosa, rica en atmósfera y patetismo, y una prosa descriptiva excepcional que perdura. Gustav Aschenbach, un escritor sexagenario, está de vacaciones en Venecia cuando ve por primera vez a Tadzio, un joven de catorce años, en la playa. Lo que comienza como una leve fascinación progresa a la adoración sexual y desciende a la locura obsesiva. El ritmo aumenta, toca lo macabro, y cuando termina la historia nos quedamos un poco atónitos. El autor explora la experiencia de un hombre mayor que, en su juventud, habiendo tenido empuje, ambición, pasión y gran éxito/reconocimiento en su arte, como escritor, siente que todo esto se desvanece en su vejez, encuentra su pasión revivida nuevamente (como proyección sobre un muchacho joven) cuando está en Venecia, antes de morir. No es más que un hombre que busca la belleza cuando su vida ya no es bella. En el corazón de la historia hay una pasión, ilícita, desalentadora, pero implacable: comienza como un accidente y se convierte en un desastre. Inicialmente pensé que esta novela sería una "Lolita 2.0", pero no podría haber estado más equivocada (aunque las inspiraciones de la vida real son bastante incómodas). De hecho, hay una obsesión enfermiza que es, como mínimo, ambigua. Aun así, es principalmente platónico, y la belleza, el envejecimiento, el amor y la muerte se convierten en los temas centrales, explorados en una prosa apasionada. Tal es la pasión que se deja entrever entre la líneas que sospecho que Mann se está proyectando bastante sobre el personaje principal, Gustav. El estilo de Mann es intencionalmente vago pero lleno de significado, aunque muchos de los elementos centrales de la trama están decididamente abiertos a la interpretación, emplea una prosa tan reflexiva y una expresión de personajes que la ambigüedad misma encuentra significado dentro del contexto. Ahora bien, ¿me gustó? Pues sí, aunque no me encantó. Hubo algunas cosas que me impidieron disfrutar totalmente de la lectura. La principal lucha que tuve fue con el hecho de que la comprensión que hice de él no hizo una gran conexión conmigo. Dicho esto, incluso con lo que debe haber sido una traducción compleja y difícil, el poder de la prosa y los maravillosos ritmos e imágenes de los que el autor es claramente un maestro, causaron una gran impresión. + Leer más |
Con 850 páginas, esta saga familiar alemana ciertamente me mantuvo ocupada durante un buen número de semanas, pero valió la pena. La novela de Thomas Mann es una obra maestra que describe las vidas y pérdidas de varias generaciones de los Buddenbrook, una familia adinerada que lentamente comienza a desintegrarse como resultado de algunas malas decisiones, convenciones morales restrictivas y pura mala suerte a medida que avanza el siglo XIX. Una delicia de obra literaria, con una maravillosa redacción que permite al lector estar dentro del libro, viviéndolo en primera persona. No es la más famosa del autor pero a mi me gustó mucho, como trata el tiempo, los personajes y el cambio que se va dando en la familia protagonista a través del tiempo. Obras que tengan la altura de ésta hay pocas verdaderamente. |
Un escritor alemán en su decadencia que necesita desconectar viaja a una Venecia pobre y decadente en donde se enamorara de un adolescente. Una narración en la que no sucede prácticamente nada salvo nada más y nada menos que el tormento interior que vive nuestro protagonista,este se verá locamente atraído por el joven sin que en ningún momento se acerque a el.solo admirara su belleza desde la distancia.Es muy fuerte la lucha interna que sufre entre ese amor deseado pero prohibido,la moralidad está por encima,es tan fuerte su deseo que llegara renunciar a todo e incluso a el mismo. Es una lectura con bastante simbología, exigente, por lo que habrá que realizarla de forma pausada y reflexiva para poder analizar muchos de sus fragmentos,no apta para cualquier lector,sin embargo no deja de ser una joyita literaria que recomiendo
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Un clásico de la literatura, La muerte en Venecia es un libro para leer con tiempo, porque es breve (no llega a las cien páginas) pero desarrolla un tema complicado. La atracción de un escritor mayor (más de cincuenta años), Von Aschenbach, hacia el joven Tadzio (aproximadamente doce años). Aschenbach, en Munich, siente “deseo de viajar; deseo tan violento como un verdadero ataque, y tan intenso, que llegaba a producirle visiones”. Estaba pasando por una crisis creativa, no podía trabajar como él deseaba hacerlo, “como si a su obra le faltase el fervor de esa alegría ágil que, como ninguna otra cualidad, produce el encanto del público”. Decide cambiar su veraneo habitual en la casa del campo por “aire lejano y sangre nueva”. Decide irse a la playa. Y elige Venecia como destino. Como todo lo vivido por Aschenbach en esta novela, el viaje y la llegada a Venecia tiene muchas preguntas, muchas miradas críticas y sensaciones desagradables, al punto que describe una Venecia diferente a la de los libros; casi fea e inhabitable. Hasta que descubre a Tadzio. Y en él, descubre la belleza que estaba buscando con tanta necesidad para poder trabajar en sus escritos. Y, encontrar al Tadzio, encuentra también todo un dilema moral. Porque no sólo admira la belleza del joven, sino que siente atracción (¿sexual?) hacia él. Esa atracción tiene una puesta en palabras por parte de Mann que resultan maravillosas. Pura poesía para describir las sensaciones de Aschenbach, sensaciones que contadas de otra forma, podrían transformarse en un relato pornográfico. Como corresponde a la época, el final es aleccionador. Termina como debe terminar. Les recomiendo la lectura de esta pequeña gran novela. Les va a dejar pensando. + Leer más |
El escritor alemán Gustav von Aschenbach, que ronda los 50 años de edad, se encuentra en una pequeña crisis artística a la que quiere poner remedio viajando a Venecia en busca de inspiración. Es la segunda vez que viaja a dicha ciudad, y en la primera ocasión tuvo que marcharse antes de tiempo porque, según el propio Gustav, el clima de la ciudad le pone enfermo. En esta segunda ocasión parece que la salud del escritor vuelve a resentirse, pero, de pronto, eso deja de importar cuando von Aschenbach conoce a Tadzio, un bello joven polaco de 14 años, que se aloja en su mismo hotel. A partir de aquí el alemán se encapricha, se enamora del joven polaco, y vamos viendo cómo Gustav va comportándose de manera mucho más desenfrenada, lo cual es muy distinto a cómo se ha comportado durante toda su vida, siendo un hombre recto de la época. El autor describe fenomenalmente cómo afronta el escritor su amor, regalando al lector pensamientos muy profundos sobre la belleza y sobre la felicidad, entre otros. La novela tiene una prosa fantástica, con unas magníficas descripciones del pensamiento del escritor, así como de la propia ciudad de Venecia. Ahora viene lo que no me ha gustado, lo he intentado obviar, pero he sido incapaz de ello. Gustav von Aschenbach se pasa toda la novela persiguiendo al joven Tadzio, de 14 años (sí, 14 años). No llega a establecer contacto físico con el joven, se nombra en varias ocasiones que ese es un amor platónico, pero personalmente eso no lo puedo concebir así. Para mí, el señor escritor está acosando a un niño, yo no puedo verlo ni como amor, ni como belleza, yo eso no lo veo normal, de hecho fuera espectador de un caso así en la vida real lo consideraría denunciable. Y eso es básicamente lo que ocurre en la novela, no voy a desvelar nada del final. Novela, eso sí, maravillosamente escrita. Si alguien me pregunta si la recomendaría, mi respuesta será una cara de póquer. Lo que sí que tengo claro es que leeré más sobre el autor, porque me ha gustado cómo escribe (ha sido mi primera novela de Thomas Mann). + Leer más |
Mi intención al escribir este artículo es compartir algunas reflexiones acerca de los dos distintos perfiles que describen al protagonista de la obra de Thomas Mann “La muerte en Venecia”.
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¿Con qué frase empieza esta novela?