La montaña mágica de Thomas Mann
Los antiguos ornaban sus sarcófagos con símbolos de la vida y de la fecundidad, incluso con símbolos obscenos. En la religión antigua, lo sagrado se confundía con frecuencia con lo obsceno. Esos hombres sabían honrar a la muerte. La muerte es digna de respeto como la cuna de la Vida, como el seno de la renovación. Pero opuesta a la vida y separada de ella se convierte en un fantasma, en una máscara, en una cosa peor todavía. Pues la muerte tomada como una potencia espiritual independiente es muy depravada: su atractivo perverso es indudablemente muy fuerte, y sería sin duda el más espantoso extravío del espíritu humano el querer simpatizar con ella.
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