La montaña mágica de Thomas Mann
El influjo espiritual y estilístico de Nietzsche es reconocible, sin duda, ya en mis primeros ensayos de prosa que vieron la luz pública. Toda posibilidad de formación en general presupone un ser, el cual posee la voluntad instintiva y la capacidad para seleccionar, asimilar y reelaborar todo de manera personal. Goethe dijo que para hacer algo es preciso ser algo. Pero incluso para poder aprehender algo, en el sentido elevado de esta palabra, se necesita ya ser algo. Fue un proceso complicado, que adoptaba una actitud totalmente frente a la influencia callejera y popular del filósofo, frente a todo simplista "renacentismo", frente al culto al superhombre y al esteticismo a lo César Borgia, frente a toda palabrería acerca de la sangre y de la belleza que entonces estaba de moda entre los grandes y entre los pequeños. El joven de viente años que era yo comprendía la relatividad del "inmoralismo" de este gran moralista; cuando yo contemplaba la comedia de su odio contra el cristianismo, veía también su amor fraterno a Pascal y entendía aquel odio en un sentido completamente moral y no, en cambio, psicológico. En una palabra yo veía a Nietzsche ante todo al hombre que se superaba a sí mismo. No tomaba en él nada a la letra, no le creía casi nada, y justamente eso es lo que hacía que mi amor por él tuviese un doble plano y fuese tan apasionado.
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