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La novela de la momia de Théophile Gautier
Una vez retirado el último obstáculo, la joven se dibujó en la casta desnudez de sus hermosas formas, conservando, a pesar del paso de tantos siglos, toda la redondez de sus contornos, toda la gracia cimbreña de sus lineas puras. Su postura, poco frecuente entre las momias, era la de la Venus de Médicis, como si los embalsamadores hubiesen querido quitarle a aquel cuerpo encantador la triste actitud de la muerte, y suavizar para él la inflexible rigidez del cadáver. Una de sus manos velaba a medias su seno virginal, la otra ocultaba bellezas misteriosas, como si el pudor de la difunta no hubiese quedado suficientemente tranquilizado por las sombras protectoras del sepulcro.
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