Tamara Marín

Fue como volver a casa después de un largo viaje, cuando no acabas de darte cuenta de lo que la has echado de menos hasta que regresas.

Tiré de una de sus manos y volví a abrazarla; esta vez, algo me reconfortó el alma. No estar sola, poder contar con alguien, era una sensación maravillosa. Nos separamos poco a poco y al mirarnos sonreímos.

-Pero no has contestado a mi pregunta y no tengo claro si continúas sintiendo algo por mí.
-Nunca he dejado de sentirlo.

-Como Santa no te traiga esa muñeca, tendremos un problema, porque... ¿Nani?
-...
-Sabe hablar, porque antes lo ha hecho conmigo.

Me pasó el brazo por los hombros y me acercó a él. Cuando mi cuerpo se pegó al suyo agarré su cintura con las manos. Fue como volver a casa después de un largo viaje, cuando no acabas de darte cuenta de lo que la has echado de menos hasta que regresas.

A veces nos obcecamos tanto con algo que no puede ser que dejamos de valorar lo que tenemos. Voy a ser feliz con lo que tengo hoy, y si viene algo más, pues lo cogeré encantada.

Lo que empieza siendo un juego puede convertirse en algo mucho más serio.

Porque lo que mueve el mundo y hace que tenga sentido es el amor, y, aunque deberíamos ser capaces de verbalizar lo que sentimos en cualquier momento, no hay nada más bonito que tener unos días al año para poder demostrarlo.

Me llevó tiempo entenderlo, pero al final me di cuenta de que no se trataba de la Navidad, esa era solo una excusa que nos poníamos para juntarnos, para cenar, para brindar y para decirnos que nos queríamos.

No eres la primera amante del mundo ni serás la última, es una situación que se repite con frecuencia.

Hay veces que el amor no es suficiente.

Y esa fue la historia de cómo yo, que odiaba la Navidad, acabé disfrazada de elfo, en una juguetería de Londres, en plena campaña navideña.

Cuando pierdes a un ser querido el espíritu de la Navidad pasa a un segundo plano. Su ausencia se nota más, si cabe, y lo único que te apetece es acostarte un día de noviembre y despertar, por arte de magia, el 7 de enero, o el 8, ¡no vaya a ser que dure todavía la resaca de Sus Majestades!

Posponer las decisiones, no decir lo que te quema por dentro, enfadarte por chorradas, dejarte llevar por el miedo, no hacer las cosas por el qué dirán, guardarte un "te quiero...", nada de eso valía la pena, porque a esta vida se venía a comérsela a grandes bocados, a vivirla, no a perder el tiempo con tonterías.

(…) por cierto, Julia, me gustas mucho más cuando no callas.
—No es mi intención gustarte.

(…) Sus ojos mostraban tal desafío que no pude evitar ponerme cachondo, pero ¿qué cojones me pasaba con esa chica? ¡Si ni siquiera me gustaba!

Las despedidas siempre se hacen menos duras si las llenas de promesas.

Sería mucho más fácil para mí si quisieras acompañarme, pero junto a mí, a mi lado, nunca delante. No necesito protección, necesito un compañero de vida que me dé la mano durante el camino.

Quizá esperas un tipo de declaración de amor que te prometa un "Juntos para siempre", pero eso no te lo puedo prometer. Eso no lo podemos saber ni tú ni yo, pero te prometo que el tiempo que dure haremos que sea perfecto.