Anima mundi de Susanna Tamaro
En el fondo, decía para mis adentros, crear al hombre no había sido una buena idea. Tenerlo ahí merodeando por la Tierra equivalía a incubar en el pecho una víbora. Desde que el mundo existía, los animales hacían siempre las mismas cosas: nacían, se emparejaban, atendían a sus cachorros, alimentaban a las hienas, a los cuervos, a los saprófitos, a la tierra y a las flores que crecían sobre esta. Jamás había habido un oso o un león que planificase la destrucción. El hombre, en cambio, lo ha hecho desde el primer momento, o casi.
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