Las ballenas de 52 hercios de Sonoko Machida
Sin saber cuándo y cómo, ya me había resignado. Miraba vagamente la luz de la luna que entraba por la ventanilla y comenzaba a hablar con sigilo a alguien igual que yo bajo la misma luz. Alguien que, como yo, se encontraba solo. Creer que esa voz podría llegarle a alguien me bastaba para salvar un poco mi corazón. Mi yo de aquel entonces levantaba la voz de 52 hercios.
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