Las ballenas de 52 hercios de Sonoko Machida
Eche un vistazo a su cara. Desprendía mi mismo olor. Era el olor de la soledad, ese olor que denota que no ha recibido el afecto de sus padres. Deduje que era ese olor el que le quitaba las palabras. Este olor es muy complicado. Por mucho que lo laves con esmero, no desaparece. El olor de la soledad empapa el corazón, no la piel, ni la carne. |