Y entonces sucedió algo maravilloso de Sonia Laredo
Tomás y yo nos miramos. Ninguno dijo nada. Yo no supe dónde poner las manos. Me estorbaban colgando a ambos lados de mi cuerpo. Me recordaban que era humana. Cuando en realidad me sentía tan irreal como una doncella del siglo XII francés, víctima del amor cortés, que cree que el amor no es más que una enfermedad perturbadora. Un mal obsesivo, dañino, peligroso. Me sentí igual que un icono al que nadie toca, que solo es visto desde lejos, un objeto, no un sujeto amoroso. Un trozo de ala de ángel, la ilusión de un poeta. Sin costumbres, ni sentimientos. Con un cuerpo que ni hiere ni cura. |