El verano que empieza de Sílvia Soler
Era la luz, la energía, el sol. El pelo dorado, la piel clara, los ojos oscuros. Una leona sin pereza. Las manos grandes, de dedos largos y huesudos, la espalda siempre recta, el andar de pasos ambiciosos, los gestos generosos y aquella amplia sonrisa. Era artista.
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