El trigo tierno de Sidonie-Gabrielle Colette
Ella se calló, pero Philippe percibió, bajo las pupilas azules, en lo alto de la fresca mejilla infantil de su amiga, el nácar, el surco de las lágrimas nocturnas y del insomnio, ese reflejo satinado, color de claro de luna, que no se ve más que en los párpados de las mujeres obligadas a sufrir en secreto.
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