Pétalos de papel de
Selene M. Pascual
—Mi abuela decía que la primavera estaba hecha de recuerdos.
[...]
—Cuando le dijeron que tenía alzhéimer, me lo explicó así. Me dijo que la memoria era como una flor y que la suya iba a ir marchitándose. Que quizá pasase poco a poco, o quizá demasiado rápido, era difícil saberlo. Y entonces, cuando llegaba la primavera y todo florecía, decía: «Qué recuerdos tan bonitos tiene la gente». Y yo le compraba flores y las regaba y las mantenía, fuese verano, otoño o invierno, para que viese que intentaría hacer lo mismo con su memoria.
Y al principio había funcionado. Los primeros años habían sido fáciles, tanto para ella como para mí. Las cosas que olvidaba al principio pasaban por despistes, pequeños detalles con los que se podía convivir. Pero no puedes mantener la primavera para siempre. Al final, el otoño vuelve y todo empieza a morir. Unas llaves por dentro de la puerta se convierten en una anécdota que ya no es tan vívida, y la anécdota en un nombre que ya no te sale con la misma facilidad, y el nombre en un rostro que ya no sabes ubicar, y el rostro en la incapacidad de reconocer el tuyo propio al mirarte en el espejo.
Fueron siete años hasta que llegó el invierno.
—¿Sabes lo curioso? —susurré—. Olvidó muchas cosas. Muchos días me olvidaba incluso a mí. Pero nunca dejó de decir eso, cada primavera. «Qué recuerdos tan bonitos tiene la gente».
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