El pasajero 23 de Sebastian Fitzek
El «doctor», como le gustaba llamarse aunque nunca había cursado el doctorado, se pasó el dorso de la mano por la frente. Es verdad que así se limitó a extender las salpicaduras que le habían alcanzado, lo que quizá resultaba bastante asqueroso, pero al menos esta vez no le había caído nada de ese caldo en los ojos; como el año anterior durante el «tratamiento» a la prostituta, tras el cual se había pasado seis semanas con miedo de haberse contagiado el VIH, hepatitis C o cualquier otra porquería.
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