Nunca juzgues a una dama por su apariencia de Sarah MacLean
Así que sí, creía en el amor. Era imposible no creer en él cada vez que miraba la cara de su hija. Pero también comprendía el riesgo que acarreaba… tenía el poder de destruirla. De consumirla. Era el origen del dolor y el miedo, y podía llegar a transformarse en una infinita impotencia. Podía reducir a una mujer y convertirla en una niña con una sonrisa tonta, ayudar a soportar el peso del insulto y la vergüenza con la infinitesimal esperanza de que su dolor pudiera salvar a alguien que amaba. El amor era un asco.
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