Casa de tierra y sangre de Sarah J. Maas
Fumaron tanto que era bastante posible que el día anterior Bryce todavía estuviera colocada cuándo llegó tropezándose al trabajo. En realidad, no había otra razón posible para explicar por qué le había llevado diez minutos escribir un correo electrónico de dos oraciones ese día. Letra por letra. -Olvídate de eso -dijo Bryce-, tengo otra que hablar contigo. Danika reacomodó la porquería del almacén para hacer espacio a sus propios trastos. -Ya te pedí perdón por haberme comido lo que quedaba de tus tallarines. Te voy a comprar otros esta noche. -No es eso, imbécil, aunque de nuevo: que te den. Era mi comida de hoy. -Danika rio-. Este tatuaje duele como un demonio -protestó Bryce-. Ni siquiera puedo apoyarme en la silla. Danika respondió con voz cantarina; -El tatuador te advirtió que estarías dolorida unos días. -Estaba tan borracha que escribí mal mi nombre en el documento de exención de responsabilidad. No me atrevería a decir que estaba en condiciones de de entender lo que significaba . Danika, que se había hecho un tatuaje a juego con el texto que ahora recorría la espalda de Bryce, ya se había curado. Uno de los beneficios de ser vanir de sangre pura: el tiempo de recuperación era muy rápido comparado con el de los humanos, o el de los medio humanos, como Bryce. Danika arrojó su espada al desorden del almacén. -Prometo ayudarte y ponerte hielo en tu espalda dolorida esta noche. |