El color del cielo de Santiago Morata
Yo me tranquilicé. Ella volvió a sonreír. Parecía que se había quitado diez años de encima con esa sonrisa jovial. —¿Y no vas a decirme por qué te quedas? Se encogió de hombros con un mohín infantil encantador. —Lo que me dijiste me hizo pensar. No quiero morir encerrada en un oscuro apartamento. Aquí al menos tengo amigos… —¿Amigos? —Sí, tú. Yo sonreí. |