Traduciendo a Hannah de Ronaldo Wrobel
Románticas o triviales, épicas o fútiles, las cartas trataban de todo: salud, privaciones, religión, dinero. Ha nacido el hijo de fulana, zutano ha engordado, los nazis han desfilado en Buenos Aires. Un chico se quejaba de su esposa a su hermano, por quien la condenada se deshacía en otra carta. Los jóvenes citaban a Baudelaire, los viejos el Talmud. Se tenía mucho o poco, nunca lo suficiente: al rico le faltaba amor, al amado la riqueza. Nadie estaba satisfecho. Para ser exactos, aquellos que tenían más de lo que necesitaban eran, precisamente, los que necesitaban más de lo que tenían. Cada alma era un mundo. Había lagos plácidos y mares revueltos, cimas y planicies. La condición humana se narraba en párrafos que frecuentemente llevaban pegados mechones de cabellos o dibujos infantiles. (…)
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