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El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson
- Pues, entonces -dijo el abogado, bondadosamente-, lo mejor que podemos hacer es estarnos donde estamos y te hablaremos desde aquí. - Eso precisamente iba a atreverme a rogarles -contestó el doctor, sonriendo. Pero, apenas había pronunciado esas palabras, cuando se borró la sonrisa y se trocó en una expresión de tan abyecto terror y desesperación , que dejó helados hasta la médula a los que estaban abajo. Lo vieron como en un relámpago, porque , instantáneamente, se cerró la ventana; pero aquel vislumbre había bastado, y dieron la vuelta y salieron del callejón sin decir palabra. Hasta que no llegaron a una calle próxima, donde hasta los domingos había movimiento y vida, no se miraron ni hablaron los amigos. Los dos estaban pálidos, y cada uno vio en lo ojos del otro un espanto que respondía al suyo. - ¡Dios nos valga, Dios nos valga! -dijo Utterson. Enfield sólo asintió con la cabeza, muy serio, y otra vez echó a andar en silencio. |