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Canadá de Richard Ford
No llegué jamás a conocerla ni a hablar con ella. Nuestra amistad no existía más que en mi cabeza. Tales cosas no podían suceder nunca en la realidad, y no suce-dían. La soledad te hacía comprender este hecho triste de la vida, y al mismo tiempo imaginar que no sólo eso sino muchas más cosas podrían ser diferentes.
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Canadá de Richard Ford
Creo que cuando te estás muriendo probablemente deseas morirte. No luchas contra ello. Es como soñar. Es bueno ceder y entregarte a algo. No más lucha y te quitas un peso de encima
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El heraldo de la tormenta de Richard Ford
-¿Es malvado el lobo por los corderos que mata? -Pero nosotros no somos lobos, somos hombres. Tenemos elección. |
Incendios de Richard Ford
Y hay palabras -palabras importantes- que uno no quiere decir, palabras que dan cuenta de vidas arruinadas, palabras que tratan de arreglar algo frustrado que no debió malograrse y nadie deseó ver fracasar, y que, de todas formas, nada pueden arreglar. Contarle a mi padre lo que había visto o decirle a mi madre que podía confiar en mi absoluta discreción eran palabras de esa clase: palabras que más vale no decir, sencillamente porque, en el gran esquema de las cosas, no sirven para nada.
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Mi madre de Richard Ford
Así al final de la semana, en los últimos días del mes de septiembre, después de matricularme, instalarme y conocer a mis compañeros de habitación y tras haber pasado días con ella yendo de aquí para allá y comiendo en moteles hasta que no nos quedó nada por decir, me sorprendí subido a un banco de una parada de autobús junto a las vías del ferrocarril, en la vieja estación de la Grand Trunk Western de Lansing, con los brazos levantados en el frío y cortante aire para que ella me viera mientras se alejaba de regreso a Chicago. Y yo la veía, su rostro borroso tras una ventana oscura y la palma de la mano aplastada contra el cristal para que yo la viera. Estaba llorando. Adiós, decía. Yo moví un brazo en el aire frío, dije, "Adiós, te quiero" y esperé que el tren desapareciera a través de la urdimbre de aquella vieja ciudad industrial de ladrillo. Supongo que se podía decir que en ese momento yo daba comienzo a mi vida en serio y que lo que hubiera quedado de mi infancia tocaba a su fin
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Canadá de Richard Ford
El preludio de las cosas malas puede ser ridículo, según había dicho Charley, pero también fortuito y anodino. Lo cual conviene tenerlo en cuenta, por cuanto puede mostrarnos de dónde pueden surgir tales acontecimientos funestos: a apenas unos centímetros de distancia de cualquier hecho cotidiano.
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La corona rota de Richard Ford
Todos somos partes de la tierra; algunos estamos destinados a ser grandes afluentes y a guiar las aguas por el terreno, alimentándolo y haciéndolo crecer. Algunos somos montañas que vigilan las fronteras de las naciones, protegiendo a las personas inocentes de los planes de los invasores. Y algunos de nosotros no somos más que flores, con un breve lapso para crecer a la luz del sol antes de morir.
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¿De qué nacionalidad es Edgar Allan Poe?