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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Con frecuencia me acuerdo de lo que nunca he visto. A mi madre andando en camisón, perseguida por las llamas. A un bombero subiéndose a la mesa del despacho con un hacha en la mano. A mi padre inmóvil mirando el fuego y el humo. En cambio, lo que sí he visto tiene menos nitidez en mi recuerdo, como si solo lo hubiera soñado. El cadáver de mi padre. Mi madre muerta. Los dos en el Anatómico Forense. Son imágenes borrosas, vistas a través del agua o detrás de una cortina. Mi padre estaba tiznado de hollín, pero tenía los párpados muy blancos; por eso supe que estaba despierto y que murió en la cama, tumbado boca arriba, mirando arder su casa y su vida entera. Alguien debió de cerrarle después los ojos. Más que nunca, entonces parecía por fin Abenámar, Abenámar, moro de la morería, o el Otelo de una representación teatral en un colegio mayor. Mi madre murió boca abajo, tendida en el suelo, con la cara contra las baldosas del baño. Más que nunca, en aquella camilla, tapada con una sábana hasta los hombros, por fin parecía una heroína de tragedia griega, como en las fotos en las que posaba, muy joven, haciendo de Antígona en una función universitaria.
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