Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Mis dos descubrimientos en Boston fueron las mujeres mayores y las bibliotecas. Cada día me llevaba diez o doce libros a casa y leía uno de ellos. Para un joven que había pasado veranos enteros en la Biblioteca Nacional de Madrid, enfrentándose a esos temibles conserjes que siempre llevaban un puro apagado entre los dientes, rellenando papeletas rosas o verdes con la signatura de lo que querías y teniendo que leerlo en un pupitre de la Sala General, llegar a una biblioteca universitaria americana era como ser trasladado en una alfombra voladora una noche de sábado de Puerto Hurraco a Las Vegas. Leí de todo, clásicos y contemporáneos norteamericanos para mis cursos, poesía inglesa, una gran parte de la ilustración francesa y —no recuerdo por qué motivo, pero sí el inmenso placer— todo el Teatro Crítico Universal de Feijoo.
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