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El río de cenizas de Rafael Reig
Estoy convencido, como Sancho Panza, de que lo que nunca debe hacer una persona es dejarse morir.
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El río de cenizas de Rafael Reig
Estoy convencido, como Sancho Panza, de que lo que nunca debe hacer una persona es dejarse morir.
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El río de cenizas de Rafael Reig
Los buenos libros,..., siempre hablan de quien los lee: son ellos los que te van leyendo.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Si existiera una «generación de novelistas de los sesenta» (pero no es más que una conjetura), su característica más sobresaliente tendría que ser nuestra inoportunidad. ¿Qué clase de jóvenes soñarían con ser novelistas cuando la literatura ya había perdido toda relevancia social? Los últimos que llegaron a tiempo fueron los que tenían diez o quince años más que nosotros: Javier Marías, Muñoz Molina, Millás, Mendoza, Llamazares... Con veinte años, en los ochenta, les vimos triunfar, pero no nos dimos cuenta de que eso nunca iba a volver a suceder.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Esto, el incendio y la muerte de mis padres, sucedió el 1 de enero de 1999. Lo que ha venido después ya fue otra vida, y nos sucedió a otros, porque ya no fuimos los mismos. Como Garcilaso, y como Juan Blázquez, también morí a los treinta y cinco, quizá intentando tomar al asalto un torreón, de una pedrada en la cabeza o herido por el rayo.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
¡Tolstói es Dios! Mejor Dostoievski: ¡es el Demonio! ¡Clarín es un estreñido! ¡Las novelas de Galdós huelen a repollo, como un descansillo de escalera! ¡Neruda es más plomo que el catastro! ¡Pues anda que Vallejo: un indio deslumbrado por las baratijas del simbolismo francés! Y así cada mañana.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Los niños tiene que sentir cariño a su alrededor. De lo contrario, nunca podrán ser felices porque a quienes les ha faltado amor incondicional en la infancia les faltará siempre la capacidad para sentir el amor de los demás, para darse cuenta de que es real, con la misma realidad que posee un día de solo o como sentimos el viento en la cara. No sé si me comprende. Y le hablaría de la vida. Sé feliz, amor mío, le diría.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Mis padres —aunque mi madre no lo dijera con tantas palabras— esperaban más de mi carrera literaria: esa novela que estaba ahí, pero que yo no había logrado escribir. Esa O.M. Para ellos, ya siempre seré aquel que escribió tres novelas sin ninguna fortuna. Pero eso no tiene importancia. Lo que me habría gustado poder mostrarles no son mis obras completas, sino algo más valioso: que he logrado hacerme un alma, sacarla de ese pozo que no tiene polea ni pozal. No nacemos con ella, hacerse un alma es el propósito de toda vida que merezca ser vivida. Ser escritor, ingeniero, licenciada en Derecho, no es nada ni quiere decir que uno haya vivido. Llegar a ser bueno es la única aventura de la existencia, lo único para lo que vivimos.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Con frecuencia me acuerdo de lo que nunca he visto. A mi madre andando en camisón, perseguida por las llamas. A un bombero subiéndose a la mesa del despacho con un hacha en la mano. A mi padre inmóvil mirando el fuego y el humo. En cambio, lo que sí he visto tiene menos nitidez en mi recuerdo, como si solo lo hubiera soñado. El cadáver de mi padre. Mi madre muerta. Los dos en el Anatómico Forense. Son imágenes borrosas, vistas a través del agua o detrás de una cortina. Mi padre estaba tiznado de hollín, pero tenía los párpados muy blancos; por eso supe que estaba despierto y que murió en la cama, tumbado boca arriba, mirando arder su casa y su vida entera. Alguien debió de cerrarle después los ojos. Más que nunca, entonces parecía por fin Abenámar, Abenámar, moro de la morería, o el Otelo de una representación teatral en un colegio mayor. Mi madre murió boca abajo, tendida en el suelo, con la cara contra las baldosas del baño. Más que nunca, en aquella camilla, tapada con una sábana hasta los hombros, por fin parecía una heroína de tragedia griega, como en las fotos en las que posaba, muy joven, haciendo de Antígona en una función universitaria.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Mis dos descubrimientos en Boston fueron las mujeres mayores y las bibliotecas. Cada día me llevaba diez o doce libros a casa y leía uno de ellos. Para un joven que había pasado veranos enteros en la Biblioteca Nacional de Madrid, enfrentándose a esos temibles conserjes que siempre llevaban un puro apagado entre los dientes, rellenando papeletas rosas o verdes con la signatura de lo que querías y teniendo que leerlo en un pupitre de la Sala General, llegar a una biblioteca universitaria americana era como ser trasladado en una alfombra voladora una noche de sábado de Puerto Hurraco a Las Vegas. Leí de todo, clásicos y contemporáneos norteamericanos para mis cursos, poesía inglesa, una gran parte de la ilustración francesa y —no recuerdo por qué motivo, pero sí el inmenso placer— todo el Teatro Crítico Universal de Feijoo.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Quería ser un maldito, pero no de inmediato, ya que me resultaba incómodo irme de casa (y tampoco quería darles ese disgusto a mis padres). Para ser un maldito me parecía aconsejable escribir primero una novela inmortal, pues si no, solo llegaría a simple perdulario, capigorrón azotacalles o vagabundo, e incluso si me hiciera llamar clochard, la perspectiva no ofrecía demasiados encantos. Más que dormir debajo de un puente (¿el de los Franceses?, ¿el de Juan Bravo sobre la Castellana?), deambular aturdido, rebuscar en papeleras y cubos de basura, y consumir vino en tetrabrik, mi objetivo era convertirme en una leyenda (tampoco con demasiada prisa). La obra maestra (O.M.) llegaría a su debido tiempo de forma natural.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Cuando doy una conferencia, recibo un premio o respondo a una entrevista en la televisión, me siento un impostor que echa de menos al que estaba en casa escribiendo, inseguro, haciendo esfuerzos para encontrar el camino, temeroso de estar equivocado. Ese es el escritor y no yo.
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Amor intempestivo: Un tríptico de Rafael Reig
Ninguno esperábamos cumplir los treinta: moriríamos jóvenes, como los héroes, fulminados por nuestro propio talento, igual que el olmo viejo hendido por el rayo (y en su mitad podrido).
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Yo lo único que quiero es que me quieran. Sólo eso. Así de sencillo. No quiero que me comprendan. Quiero que me quieran. Que me quieran. Eso es todo.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Él me decía siempre que el amor solo consiste en poner atención en alguien.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Volver a casa. Ese es el único trayecto de la vida. Eso es todo. No hay nada más". Pero yo no tengo casa. Nunca he tenido una casa. Nadie me ha dejado nunca una luz encendida en la puerta de la entrada, en el pasillo. Nadie me espera en ninguna parte.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Leí a Joyce, a Freud, a Thomas Wolfe. Siempre me ha interesado la cultura, aunque le resulte sorprendente. Lo crea o no, en aquella época en que casi no tenia dinero para comer, ya había abierto una cuenta en una librería.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Esa es la gran ventaja del amor: es el único momento en el que nos concedemos a nosotros mismos permiso para sentirnos extraordinarios, protagonistas de nuestra propia vida.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Eso es lo que me da el amor: mi propia vida, pero en edición corregida y aumentada. Por eso siempre se trata de mí misma también.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Todo el mundo me dice que soy la mujer más deseada del planeta. Eso dicen, pero luego nadie me quiere, nadie se fija en mí.
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Autobiografía de Marilyn Monroe de Rafael Reig
Las palabras no significan nada. Míreme a los ojos. Los ojos son la mejor forma de acercarse. Las palabras son aire. En cambio cada mirada es un ancho brazo de agua. Una corriente de agua de unos a otros. Como una vía fluvial abierta a la navegación entre los que se miran, como el canal de Suez, ¿no le parece, Andy? Mirándose a los ojos es lo más cerca que pueden estar dos personas, con la ropa puesta y sin tocarse, quiero decir. Mucho más que hablando. ¿No opina lo mismo?.
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¿Cuál de estos cuentos no fue escrito por Charles Perrault?