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El deseo de los accidentes de Rafael Caunedo
Era un hombre contenido en emociones, gestos y palabras. Saber decir mucho con poco es algo que requiere de experiencia, y el la tenía.
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El deseo de los accidentes de Rafael Caunedo
Era poco habladora, con lo que la conversación resultaba incómoda, plagada de preguntas que ella ventilaba con respuestas breves. Su mirada era directa, sin apenas parpadeo, con una expresión desafiante, como queriendo mostrar una posición dominante. Era una mirada negra.
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El deseo de los accidentes de Rafael Caunedo
Todo estaba enmarañado en su interior, como una bola de pelusa, viviendo la conmoción que suponía el desmoronamiento de su vida. Todo lo que constituía su futuro se había convertido en puro artificio, pasando a ser nada más que pasado. Entonces, ¿qué le deparaba la vida?
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El deseo de los accidentes de Rafael Caunedo
Eva flotando como una botella sin mensaje, brazos abiertos, mirada el cielo, el silencio provocado por los oídos sumergidos, el pelo como una medusa. El cuerpo ingrávido, la voluntad ausente.
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El deseo de los accidentes de Rafael Caunedo
Después apagó la luz y se colocó mirando hacia el otro lado. Ambos, sin saberlo, aprovecharon la oscuridad para abrir los ojos y buscar respuestas. O hacerse nuevas preguntas.
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El otro yo de Rafael Caunedo
Tener un secreto siempre conlleva engañar a alguien. Secretos y mentiras van de la mano
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El otro yo de Rafael Caunedo
El lenguaje corporal no suele fallar. Un simple gesto es un tratado de psicología.
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El otro yo de Rafael Caunedo
Quería verse fuera de sí mismo y probar si merecía la pena seguir disimulando.
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La edad de la inocencia