Tierra de silencio de Rachel De Queiroz
Él se le aparecía ahora como uno de esos rincones de la selva, próximo a un arroyo, en una sombra misteriosa y confortante. Después de cabalgar al trote penoso del caballo, uno se para allí, en el calor del mediodía, y ve la sombra verde como si fuese un pedazo del cielo. Pero cuando vuelve luego, en una mañana de lluvia, encuentra aquel dulce rincón cubierto de cieno, de limacos, los troncos resbaladizos y encenegados, las ramas de alrededor goteando tristemente. La primera vez piensa uno que podría pasar la vida entera en aquel frescor y en aquella paz; pero, después de para por segunda vez, vuelve con el corazón oprimido, curado de bucolismos para mucho tiempo y viendo lo que hay en la realidad de agresivo e inconstante en la naturaleza. Pensaba que ahora le gustaba verlo y oírlo, pero como si de un hermoso paisaje se tratara, un paisaje del que sólo se exigía belleza y color. |