El color de la piel de
Ramón Dóaz Eterovic
Página 200 el tono sigue terriblemente melancólico…encendí un cigarrillo y me detuve a escuchar el rumor de la calle. Era una tarde cualquiera, igual a tantas otras en la ciudad, con sus murmullos y sus rabias, sus gritos y llantos, su manera empecinada de reproducirse, horas tras horas, acogiendo los sueños de la gente, absorbiendo su esperanza de muro en muro, atormentada y feliz de girar, en su incansable carrusel. En apariencia nada nuevo en la ciudad; y yo en ella, solo, como un vigía fatigado de observar a las personas. El juego del testigo que recarga su memoria de datos inútiles y al final del día cree conocer la ciudad pero solo ve un lado de ella, porque la otra cara, tal vez la más auténtica, permanece rodeada de sombras, de palabras dichas de frente a la intimidad de un espejo o al silencio anterior a la decisión de cerrar los ojos y dormir.