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Su cereza de Penelope Bloom
Me cogió de la muñeca y me instó a rodearle la espalda con un brazo, colocándome la mano en su culo. Jadeé, sorprendida, y tragué saliva. No me consideraba una experta, pero reconocía la divinidad cuando la tocaba. Su culo era la imagen perfecta a la que todos los culos aspiraban. Era un Ferrari al lado de los Toyota Corolla de la mayoría de los hombres. Le di un apretón de forma involuntaria, y la calidez que había estado sintiendo se extendió por todo mi cuerpo en una llamarada. Como si hubieran activado un interruptor, necesitaba más. Ansiaba más. Lo rodeé con el otro brazo para aferrarme a él con todas mis ganas, pero se me olvidó que me estaba sujetando para mantener el equilibrio. Caí de espaldas y lo tiré sobre mí, ya que lo sujetaba con fuerza del culo, porque no pensaba renunciar a mi tesoro.
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