Diez mil heridas de Patxi Irurzun
—¡Magnífico, Pedro! —Oyó, de repente, a sus espaldas. Era una voz extraña, dulce y grave a la vez, en la que los dos tonos sonaban impostados. La voz de un hombre educado para mandar y que aborrecía hacerlo. La voz del Príncipe de Viana. |