Patrick Rothfuss
—Disculpa, señorita. —Ella era la única mujer que había en la sala—. Qué maleducado soy. ¿Cómo te llamas? —Ria. —Ria. ¿Es el diminutivo de Rian? —Sí —respondió ella con una sonrisa. —Por favor, Rian, ¿puedes cruzar las piernas? Hemme formuló ese requerimiento con tanta seriedad que no se oyó ni la más leve risita. Rian, desconcertada, cruzó las piernas. —Ahora que las puertas del infierno están cerradas —dijo Hemme con su tono normal, más brusco—, ya podemos empezar. Y eso hizo, ignorando a Ria durante el resto de la clase. Lo cual, en mi opinión, fue un favor involuntario. |