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El nombre de los tontos está escrito en todas partes de Pablo Carbonell
Todo lo que tenía que mostrar al mundo tuvo que meterlo con la escoba bajo la estera de sí misma y trancar la puerta. Aquel blindaje al que sometió a su corazón, aquel desdén a su amor propio lo pagó con una cerrazón de espíritu, una frialdad autoritaria y, cuando tuvo posibles, la costumbre de desayunar con una copa de coñac.
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