Alma vikinga de Nieves Hidalgo
A la derecha de Zollak, gobernador de aquella parte de la isla, una muchacha de larga cabellera negra como ala de cuervo se puso en movimiento. Se ató el pelo en una cola de caballo y tomó su casco. Zollak la observó sintiendo que se le formaba un nudo en la boca del estómago porque, bajo la fiera apariencia que le confería el uniforme de soldado no había sino una muchacha: su hija. El amargo sabor del miedo se alojó en el alma del anciano. —No irás en esta ocasión —le dijo. Aquellos ojos grandes y azules le miraron de frente. Una y otra vez, cada vez que su pequeño mundo había sido atacado por condados rivales, Sayka se había puesto al frente de las tropas. Incluso en una oportunidad se enfrentó a los bárbaros llegados del norte, codo a codo con otros dos ejércitos. Ahora, era distinto. Muy distinto. —No podemos permitir que arrasen nuestra tierra otra vez, padre —argumentó ella calándose el casco y enfundando la espada a su cadera. |