Antonia de Nieves Concostrina Villarreal
La Juana se trabajaba bien su negocio y pregonaba como pocas, casi siempre puesta en jarras, la mayor parte de las veces remangada y con su atuendo invariable: un pañolón sobre los hombros, con los picos cruzados sobre el pecho y sujetos a la cintura por debajo de su mandil negro. Lo malo era que las perras que se acaba desgañitándose durante el día, Miguel se las bebía por la tarde en las tabernas de La Latina. |