Iris y las semillas mágicas de Nicola Skinner
Contuve un grito de júbilo. ¡Esa era yo! Hice un rápido cálculo mental. Había sesenta niños en cada curso. Debía de competir contra otros 359 concursantes. ¿Competir? Tenía en mi haber seis años enteros de práctica obedeciendo las normas del colegio. Llevaba todas las de ganar. La mayoría de los alumnos de infantil y de los primeros cursos de primaria penas eran capaces de atarse los cordones de los zapatos, por no hablar de controlar el pis o, ya que estamos, las filas. Ganar aquellas vacaciones sería como quitarle el caramelo a un niño. Casi llegué a sentirme mal cuando empecé a reducir el número de rivales. «Así es la vida, chicos». |