La espada del arcángel de Nalini Singh
—¿Alguna vez una mujer te dijo que no, Dmitri? —Una vez —dobló la esquina con una sonrisa que le daba ganas de ahuecar su cara y trazar esos hermosos labios con los suyos—. Me casé con ella. |
La espada del arcángel de Nalini Singh
—¿Alguna vez una mujer te dijo que no, Dmitri? —Una vez —dobló la esquina con una sonrisa que le daba ganas de ahuecar su cara y trazar esos hermosos labios con los suyos—. Me casé con ella. |
Marcada a fuego de Nalini Singh
—Hazlo, lobo. Él le agarró el pelo y tiró de su cabeza hacia atrás. —¿Cuál es mi nombre? Mercy le arañó la espalda, pero él ni siquiera se inmutó. —Mi nombre, gatita. Di mi nombre. —Señor Carcamal, carca para abreviar —le dijo (…) |
Marcada a fuego de Nalini Singh
«Soy tan leal a mi clan como tú lo eres al tuyo.» Como teniente sabía que estaba jugando con fuego al continuar persiguiendo a Mercy. Lo sabía… pero también era un hombre, y ella era una mujer que actuaba como una droga para sus sentidos. Si le rechazaba de nuevo, ¿continuaría él intentando hacer que cambiara de opinión? Sí, pensó, sin extrañarse lo más mínimo. Estaba atado a Mercy, y cuando Riley se ataba, desatarse no entraba en sus planes. |
Presa del placer de Nalini Singh
Ashaya Aleine era un rompecabezas muy complicado, pensó. Las capas de mentiras y verdades solo aumentaban el desafío que entrañaba. Resultaba tentador presionarla hasta que sucumbiera, pero había ocasiones durante la cacería en las que era necesario portarse bien. Con aquello en mente, cambió de posición para colocarse en su campo de visión. Era una promesa tácita de seguridad, de protección. Ella lo comprendió, un leve parpadeo la delató. Y entonces comenzó a hablar: —Soy Ashaya Aleine. Soy una psi-m de gradiente 9,9 y la científica que antes estaba a cargo del Implante P, también conocido como Implante del Protocolo. |
Presa del placer de Nalini Singh
—Te deseo —declaró con franqueza—. He decidido que puedo enfadarme contigo para continuar reprimiendo la necesidad o… —Hizo una pausa, sus ojos se convirtieron en un fuego azul. —¿O? —le instó sabiendo que no debería, pero incapaz de contenerse. —O puedo saciar el hambre. A Ashaya se le formó un nudo en la garganta. —¿Adivinas con qué opción me quedo? —repuso en un susurro sedoso que hizo que a ella se le pusieran los nervios de punta a modo de advertencia. —¿Con la número uno? —Su voz surgió extrañamente ronca. Dorian se apretó contra ella, pegando sus muslos duros y poderosos contra los suyos. —Error. —Su mirada descendió hasta sus labios—. Nada de puntos extra para ti. Pero no pasa nada; iré despacio… la primera vez. |
La luna del leopardo de Nalini Singh
Él frunció el ceño de forma hosca mientras comenzaba a desabotonarse la camisa. El corazón de Talin, que apenas había recuperado la calma, dio otro vuelco. —¿Qué haces? —Atacarte no. —Se volvió para arrojar la camisa a uno de los grandes cojines que hacían las veces de sofá—. Voy a correr. Prefiero que mi ropa no se desintegre cuando me transforme. —Ah. No pudo apartar los ojos de los flexibles músculos de su espalda. Clay siempre había sido fuerte, pero ahora… ahora podría partirla en dos como si fuera una ramita. Y sin embargo, aun pensando en eso, no podía dejar de admirar su belleza. Los dedos le hormigueaban y apretó los muslos. Deseaba alargar el brazo y seguir con los dedos el dibujo de aquel tatuaje en la parte superior del omóplato izquierdo, deseaba saborear… |
La luna del leopardo de Nalini Singh
Media hora después Talin se miró el cuello en el espejo del cuarto de baño y frunció el ceño. —¿Por qué no te has limitado a morderme? —preguntó frotándose la marca que él le había dejado. —Eso he hecho. —Dándole una palmada en el trasero al que pasaba, a medio vestir con unos vaqueros y con el pelo mojado, la obsequió con una sonrisa impenitente—. ¿Quieres que lo haga otra vez? —Su mirada descendió por su cuerpo. Sonrojada, le empujó fuera del baño y continuó cepillándose el pelo húmedo. |
Caricias de hielo de Nalini Singh
—¿Si nunca he deseado lamer a una mujer de arriba abajo? Brenna soltó un grito, luego se giró hacia él apoyando las manos sobre la encimera que tenía a su espalda. —Yo no lo habría dicho de ese modo —repuso en un tono más alto de lo normal—, pero sí. —A ti —dijo con voz queda, incapaz de seguir mintiendo—. Tú me tientas. —Ah. —Sus pechos se elevaron cuando tomó una profunda y temblorosa bocanada de aire—. Nunca has dejado entrever nada. Sí, claro que lo había hecho. Si llegaba a percatarse de la forma en que la mirada cuando no se daba cuenta, no tendría dudas con respecto a la intensidad de su inadmisible reacción a ella. —Porque carece de importancia —le dijo—. No cambia nada. —Mentiroso. —Le miró sin inmutarse—. Otros psi no sienten deseo. —Es una grave fractura en mi condicionamiento —reconoció ante ella y ante sí mismo—. Una fractura que pretendo reparar. Lo que no podía entender era por qué había vuelto a aparecer tan pronto después de la reparación que había llevado a cabo tan solo el día anterior. Debería haber sido inmune a la dulce seducción del cuerpo de Brenna. —Y luego, ¿qué? ¿Te olvidas de la tentación? —Sí. + Leer más |
Caricias de hielo de Nalini Singh
Durante varios minutos lo único que se escuchó fue el susurro del viento entre los árboles, y para Judd, solo el sonido regular de la respiración de Brenna. Ella era algo que no había esperado encontrar y que sin duda no merecía. No podía darle nada de lo que necesitaba, pero su negro corazón comenzaba a comprender que dejarla marchar podría no ser una opción. Brenna había despertado algo primitivo dentro de él, algo desesperado y violento que nacía no de la ira, sino de la pasión. El sudor resbalaba por su espalda mientras luchaba contra las crecientes acometidas de la disonancia, que se hacía más fuerte con cada confesión, con cada caricia. Y no le importaba lo más mínimo. Una parte de él deseaba olvidar por qué la disonancia había arraigado con tanta fuerza en su psique, olvidar lo que sucedería si rompía las cadenas del condicionamiento. |
Caricias de hielo de Nalini Singh
Judd estaba a punto de besarla, cuando ella se zafó. —¿Quieres un beso? Ven a por él —le dijo. Una provocación, una invitación, el juego de dos amantes. Judd nunca había jugado demasiado, aunque tenía la impresión de que aquello estaba a punto de cambiar. —Deberías saber que no se debe desafiar a una Flecha. —Eres un charlatán, Judd Lauren. —Se marchó con tanta rapidez que fue como un borrón. Mientras sentía que el pulso se le aceleraba, Judd corrió tras ella. Conseguiría ese beso... y más. Utilizando el vínculo que los unía, le envió imágenes explícitas del premio que pretendía reclamar. —No es justo —respondió Brenna, jadeante—. Ahora estoy cachonda y húmeda. Judd se tropezó. —Lo has hecho a propósito. —De eso nada. Si hubiera querido tomarte el pelo, te habría contado mi fantasía de tenerte a mi merced. Aquello intrigó a Judd. —¿Y qué harías conmigo? —Esto. |
La guerra del fin...