Mandíbula de Mónica Ojeda
Se hablaba a sí misma porque quería y, aunque no era parte de su terapia, había descubierto que existía alguien más malediciente habitándola y compartiendo sus pensamientos; una chica que era ella y, a la vez, no.
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Calificación promedio: 5 (sobre 96 calificaciones)
/Porque a través de la escritura dilato el tiempo y la intensidad de determinadas experiencias. Es decir, escribo para expandir la intensidad.
Creo que la gente que leyó Nefando en España y en Ecuador entendió bastante bien de qué iba la cosa: no era una exploración de temas tabús con la mera intención de provocar, sino con el fin de indagar zonas opacas del lenguaje, del deseo, de la violencia y del daño. La recepción fue muy buena precisamente por eso, aunque sí que hubo dos o tres personas que se ofendieron por cómo abordé ciertos temas.
Toda lista es imperfecta e incompleta, pero aún así pienso que muchos de los que estamos allí tenemos un trabajo honesto y arriesgado en nuestros textos. Eso es lo que podemos aportar, igual que otros tantos que no están ahí.
Estaba obsesionada con meterme de lleno en el miedo como emoción primordial, pero a través de las relaciones pasionales, prohibidas y marginales. Entonces supe que quería escribir sobre el deseo entre mujeres: madres, hijas, hermanas, mejores amigas. Hay mucho horror en el mundo represivo en donde se educan muchas mujeres, por eso escogí de escenario un colegio de élite opus dei.
Precisamente a lo que te conté arriba. Quise echarle mano a las narrativas de lo femenino monstruoso o a lo ominoso y al horror que puede haber en la sexualidad de las mujeres.
Muchísimas cosas. La primera: la palabra. La escritura me da miedo y a la vez me atrae. Mi relación con ella es siempre una que parte desde lo sublime. Hay algo atractivo, casi seductor en el miedo. Quise estudiar un poco esta emoción y adentrarme en cómo nos definimos respecto a ella. El miedo nos paraliza, sí, pero también es capaz de impulsarnos a tomar acción. En ambos casos hay peligro de por medio porque revela en nosotros lo que tenemos de salvaje e indomesticado.
Mi proceso de escritura es la maduración de una obsesión. Antes de sentarme a escribir tengo que haber dejado crecer eso que me conmociona en mi cabeza. Una vez que lo siento lo suficientemente grande y vivo, entonces me lanzo a la escritura. No soy una escritora de esquemas. Confío en mi instinto y en mi capacidad de armar una estructura narrativa sólida sobre la marcha. Mi proceso, además, tiene que ser así porque entiendo la escritura como un lugar de revelaciones y, para que algo se me revele de verdad, tengo que explorar en lo oscuro, como una niña que se resiste a encender la luz y pasea por su habitación. Entonces palpo las cosas y me las imagino. Las dilucido. Me invento una luz más real: la de mi conciencia.
La poesía es lo único que me importa de la literatura. Quiero decir que todo está en función al carácter poético de una novela: el argumento, los personajes, las metáforas, los símbolos. Todo me resulta un pretexto para llegar a la poesía. Narro con plena conciencia de que una novela puede ser un poema.
No le veo sentido a escribir si no es para alcanzar una intensidad que en el tiempo real se nos escurre siempre de las manos. Lo extremo colinda con ese interés que tengo en dilatar lo intenso. Supongo que tengo hambre de adrenalina, pero también ganas de hundir el dedo en mis llagas y probarlas y saber a qué saben. Suena sórdido, supongo, aunque en realidad no es más que un instinto muy básico que tenemos todos y que lo expresamos de distintas maneras.
Pienso que estamos en un buen momento, y no sólo lo digo por mí, sino por la literatura de María Fernanda Ampuero, Gabriela Alemán y Mauro Javier Cárdenas, por nombrarte a unos pocos que son leídos en España. No sé si esto signifique que a partir de esto se leerán a más escritores ecuatorianos, o si sólo nos quedaremos con estos nombres. Nuestra literatura sigue siendo una de las grandes desconocidas, lamentablemente.
El obsceno pájaro de la noche de José Donoso y La mujer desnuda de Armonía Somers.
Siempre me pregunto qué más se puede escribir después de Moby Dick . Así que te diré que Melville.
Zurita de Zurita y El libro de las preguntas de Edmond Jabès.
En busca del tiempo perdido de Proust.
Alejandro Morellón, pero ya lo descubrió el Premio García Márquez de cuento hace varios meses.
Oliver Twist de Dickens.
« Caballo sea la noche» del gran Roy Sigüenza.
Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet.
La escritora Mónica Ojeda sobre la escritura y sobre su más reciente libro, "Chamanes eléctricos". #libros #literatura #escritora #novela #books
Mandíbula de Mónica Ojeda
Se hablaba a sí misma porque quería y, aunque no era parte de su terapia, había descubierto que existía alguien más malediciente habitándola y compartiendo sus pensamientos; una chica que era ella y, a la vez, no.
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Mandíbula de Mónica Ojeda
Esto solo puede funcionar en la literatura porque allí las palabras son como matrioskas o, como usted dijo en clase, una «puesta en abismo» dentro de nuestra imaginación. Creo que ahora entiendo lo que quiso decir: las palabras abren puertas inhóspitas e invisibles en nuestras cabezas y cuando estas puertas se abren ya no hay vuelta atrás.
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Mandíbula de Mónica Ojeda
Lacan tenía razón al afirmar que la verdad tiene, siempre, estructura de ficción.
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Chamanes eléctricos en la fiesta del sol de Mónica Ojeda
Contó que, cuando empezó a ponerse el sol, el bosque se volvió amarillo, después rojo y después azul, y que ella se puso a gritar porque él no le contestaba y hacía mucho frío. Dijo que sintió miedo, que la noche llegó con una tormenta y que ni aun así su padre reaccionó.
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Mandíbula de Mónica Ojeda
“¡Una madre que ahoga a su hijo es un hombre!”, decía Ximena, tapándose las orejas.
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Las voladoras de Mónica Ojeda
Fuerte es el amor de un padre que le cubre del frío de su propia muerte. «Gabriela tu taita y tu mama han vuelto a engendrarte», le digo acariciando su espalda amoratada. «¿Recuerdas lo mucho que te gustan las flores, mis manos, el mote, la neblina? ¿Recuerdas que encoges la nariz cuando te llamo tesoro, romerillo, estrella?»
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Novela de ciencia ficción, escrita por Richard Matheson, en 1975 se titula: "En algún lugar del _________"