Al final de la mañana de Michael Frayn
Así eran las cosas, pensó; luchabas, forcejeabas. A veces te asaltaban dudas sobre lo que estabas haciendo. Pero intentabas poner al mal tiempo buena cara y guardarte todas las dudas para ti mismo. No podías permitirte admitir tu propia debilidad; la competencia era demasiado feroz. Una vez que tropezabas, nadie volvía a tenderte la mano para ayudarte a levantarte.
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