Los ángeles no tienen hélices de Mercedes Alonso Gómez
Estábamos tumbados cada uno en una hamaca, mirándonos a los ojos, buceando en nuestras miradas, y me gustó lo que vi, porque Marcos parecía una persona que no ocultaba nada y que tenía las cosas bastante claras. Él estiró su mano y cogió la mía. Su tacto y su calidez me resultaron reconfortables y me sentí tan bien con nuestras manos y nuestras miradas enlazadas. |