Finnikin de la roca de Melina Marchetta
—No es más que una pesadilla —murmuró suavemente. —¿Perteneces al rey? —preguntó con voz ronca. Con cuidado, la chica colocó la mano de Finnikin contra los palpitantes latidos de su corazón. Siempre, siempre latía fuera de control y el chico se colocó la mano en el pecho hasta que notó que recuperaba el ritmo. —Sí, Finnikin —dijo—, pertenezco al rey. Siempre le perteneceré. Y ambos sintieron la desesperación agridulce de lo que les esperaba en el Valle. Querido rival. Amigo maldito. |