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Son de almendra de Mayra Montero
Salí a la noche de Nueva York, había viento y ese olor particular de noviembre. Me subí el cuello de la gabardina y paré un taxi para que me llevara al Mario's. Me sentía seguro de mí mismo, y en cierto modo satisfecho. Fue la última vez que me sentí de ese modo, la última página realmente inocente. Nada me hacía prever la desgracia que se avecinaba, excepto quizá aquella calma, la extraña quietud de las cosas, todo normal y fijo. Todo de embuste.
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