La otra R de Raquel de Mary Shepherd
—No sé cómo lo haces, no sé si es tu forma de hablarme o de mirarme, solo sé que me derrites y haces que quiera dejarme caer en tus brazos una y otra vez.
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La otra R de Raquel de Mary Shepherd
—No sé cómo lo haces, no sé si es tu forma de hablarme o de mirarme, solo sé que me derrites y haces que quiera dejarme caer en tus brazos una y otra vez.
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La última estación de Lali de Mary Shepherd
Por Dios, hombres así deberían de venir con algún manual de instrucciones sobre todo para mujeres como ella. Algo tipo: “cómo manejar tíos macizos y con voz susurrante, por mujeres sin carnet de manipulación de productos altamente peligrosos”.
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La caricia del alba de Mary Shepherd
Haría cualquier cosa que le pidiese y más si le sonreía de aquella manera. Por momentos iba comprendiendo a su hermano y a todos los machos emparejados de su familia cuando hablaban del poder de una simple sonrisa.
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La caricia del alba de Mary Shepherd
(…) Se acercó, al principio Lynae lo miró asustada, pero cuando llegó a su lado y le acarició la mejilla con un dedo, le sonrió y su mundo se puso patas arriba, ¿qué clase de poder tenía sobre él? ¡Solo había sido una maldita sonrisa! Solo eso y se sentía fuerte y, al mismo tiempo, débil.
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El beso del ocaso de Mary Shepherd
—Odio como me quitas la razón. Odio que tu aroma me haga enloquecer y odio depender tanto de tu esencia. El tipo era de lo más rarito que había visto en su vida y tenía un serio problemilla con los olores, ¿era perfumista, enólogo o es que tenía el sentido del olfato súper desarrollado? |
La otra R de Raquel de Mary Shepherd
(…) ¿Cómo lo hacía? En un momento estaba ahí, dura, fuerte y dispuesta a mantenerse firme y al momento siguiente él decía algo, la tocaba con suavidad, la miraba fijamente y ella se derretía. Rompía sus esquemas, hacía saltar sus defensas. Tenía miedo, mucho, por primera vez en siete años sentía algo más, sentía despertar su cuerpo, su corazón y tuvo que reconocer que sí, que estaba asustada. Un temblor la recorrió de arriba abajo y una solitaria lágrima cayó de su ojo, tenía miedo a vivir, a sentir, a perder.
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La otra R de Raquel de Mary Shepherd
Se sentía fascinado con ella, demasiado y aquello podía ser peligroso, sobre todo para sus testículos. Le gustaba demasiado Raquel, le encantaba su humor, la forma de hablar moviendo las manos, su sonrisa, su mirada, ese pelo negro y espeso, ese cuerpo delgado pero lleno de curvas impresionantes… ¡estaba bien jodido! Porque estaba entusiasmándose demasiado con ella.
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La otra R de Raquel de Mary Shepherd
(…) Dearan le gustaba, bueno, más que gustarle, le había despertado la libido y había puesto a bailar a todas sus hormonas la danza del vientre y a su “parte ratona” se le había despertado el hambre y sólo quería hincarle el diente. Lo suyo era pura glotonería, pero ¿enrollarse con él? No, no lo veía claro, no oscuro tampoco ya puestos.
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La conquista de Carmen de Mary Shepherd
(…) hacía mucho tiempo que había dejado de soñar, de desear algo más. ¿Podría darse el lujo de volver a creer, confiar y entregar su corazón?
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La conquista de Carmen de Mary Shepherd
(…) Y es que él le hacía sentirse como una chiquilla, soñar e ilusionarse con algo que pensaba que no volvería a desear y sentir. ¿Era malo tener ganas de vivir una aventura? ¿O desear a un hombre? ¿O querer sentir de nuevo?
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La conquista de Carmen de Mary Shepherd
Carmen era un torbellino, una mujer dinámica, graciosa y espontánea, muy diferente a las mujeres que solía tratar él. Y por primera vez en años, se sintió cautivado, atraído.
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La conquista de Carmen de Mary Shepherd
(…) Un tipo majo con un cuerpo de escándalo la acababa de invitar y ella se había negado. Era para que le dieran de tortas hasta dejarle las huellas dactilares marcadas como un racimo de dátiles.
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La conquista de Carmen de Mary Shepherd
Un cuerpo así debería estar prohibido, pero con esa cara, el hombre debería pagar un canon por provocar deseos impuros, obscenos y lujuriosos.
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La última estación de Lali de Mary Shepherd
Ella sólo asintió, más que nada porque él caminó dos pasos delante de ella y mirar ese culo en movimiento era como si algo te llamara a cometer actos impuros e impúdicos y hasta ahora, los únicos deseos impuros que Lali Martínez Pérez había tenido en toda su vida era comerse una tarrina de helado de chocolate de dos kilos y medio, ella sola y de una tacada.
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La última estación de Lali de Mary Shepherd
La mirada de Lali, con esos ojos negros, enormes y chispeantes, lo había recorrido de arriba abajo y él se había sentido acariciado, estimulado y deseado con sólo esa simple mirada (…).
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La caricia del alba de Mary Shepherd
—Estamos destinados a estar juntos, compañera, de nosotros depende que esto sea una condena o una recompensa. Debes confiar en mí, Lynae, yo no puedo hacerlo solo.
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La caricia del alba de Mary Shepherd
¡Se había ido! Había tenido las santas narices de largarse, como si ella no fuese lo bastante buena para él, ¡tendría morro el idiota aquel! Ella era necesaria, era la única, imprescindible y se lo iba a dejar clarito…cuando dejara de temblar.
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El beso del ocaso de Mary Shepherd
—No puedo acercarme a ella y decirle… ¿qué? ¿Qué puedo decirle? «Eres mi compañera y eres imprescindible para una venganza y ya puestos a confesar… ¡hola, soy un vampiro!» Va a salir corriendo y no va a parar hasta que se le desgasten las suelas de los zapatos.
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El beso del ocaso de Mary Shepherd
—Eres tan dulce, tan tierno. Escuchó la carcajada de su hermano. ¿Dulce? ¿Tierno? ¡Por todos los infiernos! Era un vampiro, no un maldito osito de peluche. Él era un ser de la oscuridad, el tipo malo al que todos temían. |
Por la C de Carol de Mary Shepherd
Estaba siendo demasiado rudo, lo sabía, pero ella le hacía sentirse como un hombre de las cavernas, lo volvía loco y quería hacerle perder todo ese estiramiento, quería verla desnuda, en cuerpo y alma, para él.
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Gregorio Samsa es un ...