Frankenstein o el moderno Prometeo de
Mary Shelley
Finalmente, el cansancio sucedió al tumulto que había soportado previamente, y me eché vestido en la cama, tratando de encontrar unos momentos de olvido. Pero fue en vano; dormí, efectivamente, y los sueños más dislocados vinieron a turbarme el descanso. Me pareció ver a Elizabeth, radiante de salud, paseando por las calles de Ingolstadt. Sorprendido y lleno de alegría, la abracé; pero al depositar el primer beso en sus labios, estos se volvieron lívidos y adquirieron la coloración de la muerte; sus facciones se transformaron, y me pareció que tenía en mis brazos el cadáver de mi madre; su cuerpo estaba envuelto en un sudario, y entre los pliegues del tejido vi pulular los gusanos.