Simplemente enamorados de Mary Balogh
—¿Me permite que le enseñe la casa? —le preguntó. —Sí, por favor. He estado esperando eso todo el día. Entonces él hizo algo terriblemente penoso, algo que no hacía desde hacía tiempo. Le ofreció el brazo derecho para que lo cogiera. Y claro, no ocurrió nada. El brazo no existía. Ella echó a caminar a su lado sin siquiera enterarse de que había hecho ese gesto. Por un instante se había olvidado de que sólo era una mitad de hombre. |