Entrevista a Martín Kohan, escritor, profesor y crítico literario argentino. Lo interceptamos en un evento dedicado a Borges para conocer su experiencia como escritor y lector apasionado.
¿Cómo llevas la experiencia de escribir narrativa y ensayo?, ¿se contraponen?, ¿dialogan?
Para mí son escrituras distintas, cada una tiene su motivación. No me funciona como un versus o una disyuntiva, no se contraponen. No me resulta menos apasionante desplegar una hipótesis que desplegar una trama narrativa y al mismo tiempo me interesa la presencia de un género en otro. En mi anteúltimo libro El país de la guerra procuré que el desarrollo de los análisis críticos tuviese también una trama que funcionara como una narración, como un recorrido por lo que llamaríamos la argentinidad y que ello funcionara al mismo tiempo como argumentación ensayística y aun cuando no se fusionan en la misma escritura, el modo en que un crítico literario, que es lo que yo soy, le pregunta a un texto cómo está hecho eso no puede no ser valioso para el escritor de ficción, son géneros que se alimentan.
¿Qué es lo que más disfrutas de la escritura de estos géneros?
Hay algo en lo que se tocan las dos escrituras aunque son muy distintas entre sí. Diría que hay algo en común en la escritura, hay para mí una búsqueda de las palabras, ese momento de la escritura en el que uno debe encontrar lo que Flaubert llamaba la palabra justa, ese momento que es como un destello en el que uno dice «es esta, no la otra, no la que estoy tachando. Es esta y la escribo». Eso supone una intensidad y un disfrute independientemente de los géneros.
¿Con qué autores argentinos y latinoamericanos dialogas como escritor?
Puedo decir los que leo con más admiración y con el deseo de que algo de eso que admiro pueda traspasar a lo que escribo yo. En la literatura argentina por supuesto Borges resulta ineludible; Juan José Saer, Manuel Puig, Ricardo Piglia, Cesar Aira, todos muy distintos entre sí pero que me interesan de igual manera. Entre mis contemporáneos Gustavo Ferreyra , Juan José Becerra , Luis Sagasti. Escritores más jóvenes que yo como Edgardo Scott . En la literatura latinoamericana hay un recorrido de heterodoxos que me seduce muchísimo, no sé hasta qué punto repercute en mi escritura pero hay algo del mundo de Sarduy, de Enrique Lihn, de Pablo Palacio, Juan Emar, Felisberto Hernández, de esos autores raros y difíciles de ubicar que me llama y me atrapa.
¿Ha habido en tu escritura de novela algún personaje con el que se ha dado una relación singular?
Como personaje probablemente, María Teresa de Ciencias Morales, una celadora, preceptora de colegio secundario cuya función es controlar y vigilar a los estudiantes y es a la vez ella misma vigilada y controlada por sus superiores. Entonces ocupa un lugar en la estructura disciplinaria que me interesó mucho y al mismo tiempo supuso para mí la exigencia de trabajar una perspectiva femenina, construir un personaje que aunque la novela no es narrada por ella, toma su punto de vista constantemente e ir a un mundo de pudor, retraimiento, la relación con su propio cuerpo y sus miedos, su seguridad frente al poder y al cargo que tiene y su inseguridad de chica de veinte años. Meterme en esa subjetividad planteó un desafío que me encantó encarar y que por supuesto no tiene nada que ver conmigo, con lo que yo soy.
Has recibido algunos premios literarios ¿qué es lo que te han traído estos reconocimientos?
Lo principal es la ampliación de los lectores posibles. La literatura tiene un prestigio social muy extendido pero una circulación social muy restringida. Hay una desproporción entre la admiración general que se le dispensa y la desatención concreta que se le da. La gente en general se pronuncia a favor de la literatura, conozco muy pocas personas que la desaconsejen o hablen en contra pero si después uno va a la realidad de la circulación de los libros es preocupante, como escritor, como docente de literatura, como crítico literario, la activación de la circulación literaria es algo que me importa mucho y un premio ante todo es eso, un gesto de visibilización que permite que ciertos lectores que no habrían llegado a tus libros lo hagan.
Has publicado con grandes editoriales y con sellos independientes ¿Cómo han sido esas experiencias?
Ventajas y desventajas en un caso o en otro. Yo me siento inmensamente agradecido hacia todos lo que me publican y hacia todos los que me leen. Pequeña o grande, que en una editorial me quieran publicar me reconforta. Después de eso, cada una tiene sus cosas. El seguimiento y la atención de las editoriales pequeñas por su puesto que es mayor. Hay un efecto de amplificación de las grandes que se siente sobre todo en el mes en el que sos la novedad, cuando sale tu libro sentís el aparato de la gran editorial y ves la diferencia entre quienes hacen el trabajo, la diferencia entre un buque cuatrimotor y quienes lo hacen remando. También es cierto que esa atención dura un mes o mes y medio y de ahí te empuja a un costado la nueva novedad de la misma editorial, la maquinaria tiene eso. No me quejo. Son dos lógicas de funcionamiento y de circulación distintas. No desantendería la una por la otra.
¿Hay algo que necesites para sentarte a escribir?, ¿estar en un lugar determinado?, ¿tener algún objeto contigo?
Un café. Los cafés suponen para mí un equilibro perfecto, no por bohemia ni por esos mitos de escritor que detesto absolutamente, porque no es que me gusten los cafés solo para escribir, me gustan para estar. Los partidos los veo en los cafés, leo en los cafés, es como mi hábitat natural porque estos lugares me proporcionan un equilibrio de soledad y de compañía perfecto, un equilibrio entre un murmullo que equivale al silencio y a la vez no hay interrupción, es una comunidad de solos. Además, yo no puedo escribir solo en mi casa, en silencio, me distraigo muchísimo.
Martín Kohan y sus lecturas
¿Qué libro te incentivó a escribir?
Hay un libro que evoco como el primerio, quizá es un recuerdo inventado, La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne, tendría unos ocho o nueves años al leerlo y lo que me cautivó no fue sino el truco y la sorpresa del desenlace, cuando lo que esperas sucede de otra forma. Algo que también me fascinó en la infancia, claro que eso lo entendí después, fue algo que hay entre la narración y lo narrado, una parte del deslumbramiento no tuvo solo qué ver con la historia, si no con ese algo que había en la manera de narrar y eso es lo que, de alguna manera, me llevó a escribir, eso que se puede hacer con las palabras.
¿Cuál fue tu primer descubrimiento literario?
Hubo otros de algunas colecciones que en Argentina son o eran muy típicas, colecciones infantiles. Había una llamada Robin Hood, de tapas amarillas que tenía mucho Salgari ; la serie de Bomba el hijo de Tarzán que seguí muchísimo; Verne, esos clásicos de literatura de aventuras
.
¿Hay algún libro que te hizo dejar de escribir?
Los míos, por eso no los leo nunca. Ya hablando seriamente y por su calidad indiscutible, Borges. Uno lo lee haciendo de cuenta que Borges no existió porque si no el efecto es demasiado apabullante, ese efecto que producen los clásicos, de que han escrito toda la literatura posible y por supuesto que no es así porque también ese efecto pesó sobre Borges en algún momento y ahí fue que creó otra literatura, pero uno se empequeñece y dice qué podría hacer yo aunque uno no escribe para ser como ese autor, uno escribe porque le gusta, lo necesita y por ahí alguien te lee.
¿Qué libro relees con frecuencia?
No soy de tantas relecturas, soy más de sumar lecturas que no hice. No obstante, la docencia hace que vuelva sobre muchos textos porque los vuelvo a enseñar. Borges , Cortázar , Rodolfo Walsh.
¿Hay algún libro que te avergüenza no haber leído todavía?
Sí, El hombre sin atributos de Mussil, llevo años disimulando que no lo leí. Tengo un agujero en la lista de los libros exigentes y extraordinarios.
¿Qué diamante literario harías descubrir a nuestros lectores?
A Pablo Katchadjian que ha padecido el hostigamiento judicial de María Kodama, su libro Qué hacer es uno de los mejores libros que ha dado la literatura argentina en los últimos años. Va a pertenecer a esa dinastía de heterodoxos que mencionamos antes. También Leonardo Sabatela, tiene tres novelas publicadas, un autor muy valioso, una de ellas, El pez rojo.
¿Algún clásico sobrevalorado?
Sería sobrevalorarme yo contestar que un libro ha sido sobrevalorado. Sin embargo, eso tiene que ver con las coyunturas y con una campaña publicitaria o una moda que puede subrayar un libro más de lo que ese libro merece.
¿Tienes alguna cita literaria de culto?
Tengo muy mala memoria y no soy de hacer citas, me son muy ajenas todas las formas de la erudición, yo olvido casi todo, es como si no lo hubiera leído, recuerdo muy pocas frases. Pero a golpes de deslumbramiento cuando Borges escribe en Ema Zunts «Ya era la que sería», es tremendo.
¿Qué estás leyendo actualmente?
Hay una colección que se está publicando en Argentina en la editorial Ampersand dirigida por Graciela Batticuore, dedicada a lectores que escriben un breve ensayo sobre su historia como lectores y su relación con la lectura. Estoy leyendo tres de esos libros, el de Daniel Link, el de Silvia Molloy y el de Alan Pauls. Los estoy leyendo con mucho placer y tengo buenas expectativas.