La hija del coronel de Martín Casariego
Pero había decidido quererle, o mejor, ya le quería, sin cortaprisas y sin ningún tipo de decisión voluntaria, porque sí, porque la vida y las circunstancias deciden por nosotros.
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La hija del coronel de Martín Casariego
Pero había decidido quererle, o mejor, ya le quería, sin cortaprisas y sin ningún tipo de decisión voluntaria, porque sí, porque la vida y las circunstancias deciden por nosotros.
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La hija del coronel de Martín Casariego
Se miraron a los ojos, desafiantes, como diciendo, yo te voy a dar más de lo que tú eres capaz de pedir, y se besaron largamente.
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La hija del coronel de Martín Casariego
Hubo por un instante tanta tristeza en sus palabras y en su actitud, en su manera de entrelazar los dedos de ambas manos y estirar los brazos, que enamoraba. Fue solo un instante, pero un instante que caló hondo en el corazón del legionario, como una afilada aguja guiada por pulso firme.
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Era una mentira, sí, ¿pero acaso no lo son también los sueños? ¿Y no es el amor un gran sueño?
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— ¿Para qué vale leer? — interrogó. — Te vuelves más culto — dijo María—. La cultura es importante. Y además, te evades, te cuentan historias de otra gente, de otros mundos y otros tiempos, y te sales de esta vida tan gris. Porque no creerás que yo quiero quedarme aquí toda la vida a marchitarme... |
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¿Era esa mezcla de sentimientos alegres y tristes el amor, de admiración y desprecio y ternura, y él lo experimentaba por primera vez? ¿O había diferentes clases de amor?
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No haber tenido más tiempo para hablar con María, o incluso para estar a su lado sin hablar, le afligía. Antes era su cuerpo lo que deseaba, ahora también su compañía. ¿Significaba eso que se estaba enamorando, que lo de antes era urgencia animal y lo de ahora anhelo humano?
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...estaba en vías de descubrir que la tristeza la ponemos nosotros en las cosas, más que las cosas en nosotros.
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—Si tú fueras un hombre y yo una mujer— dijo el legionario, y en sus palabras anidaba una especie de infantil anhelo que a ella enterneció—, ¿me regalarías flores y me dirías requiebros y cosas bonitas? [...] — Y si tú fueras una mujer y yo un hombre— le dijo María, con suavidad de enamorada—, ¿abrazarías la almohada imaginando mi olor? Y cuando salieran la luna y las estrellas como ojitos en el cielo ¿cerrarías los ojos y apretarías los puños y pensarías con mucha fuerza en mí, para que yo pensara en ti? Di, ¿lo harías? |
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... sabía que ella poseía corazón de mujer, pues ya una vez había sido testigo de cómo acudían presurosas a sus ojos lágrimas que, sin comprenderlas del todo, o sin creer en su total sinceridad, le habían enternecido. Por un perro. Había llorado por un perro. ¿Lloraría por un hombre?
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[...] y la luna a veces quedaba tapada y a veces mostraba su rostro ovalado, de marfil, y no se sabía si el viento era su amigo o su más encarnizado enemigo, pues tan pronto la ahogaba entre nubes como la liberaba y la protegía de ellas.
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— Cómo te odio, Mosca —le saludó. — Yo también te odio, Hueso. Y se miraron tiernamente |
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El legionario pensó que era la segunda vez que una mujer le miraba de esa manera, con amor como de animal herido, con sorpresa, con temor y con esperanza a un tiempo. Y las dos veces había sido la misma mujer, María, y en el espacio de apenas catorce horas.
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La hija del coronel de Martín Casariego
Ambos se sostuvieron la mirada durante unos segundos [...] y él rompió a hablar para que aquella mirada que tan dentro le llegaba no se eternizara.
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... cuando ya se iba, se volvió, y le dedicó una mirada extraña, cargada de significado y sobreentendidos, una mirada agradecida y a la vez algo desconfiada, pero preñada de esperanza y de amor.
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—Un beso también es un trato— dijo él—. Por lo menos para los que creen en el amor.
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... miró el firmamento, en el que mil estrellas rutilaban, pequeñitas, temblorosas, valientes, y se preguntó cuál de todas ellas era la suya, su buena estrella, la que le brindaba aquella segunda oportunidad.
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La hija del coronel de Martín Casariego
Las estrellas eran botoncitos de oro y plata, a un sastre del cielo se le había caído la botonadura, y las nubes eran jirones que había que remendar [...]
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Intuía que ése era uno de los motivos por los que él le apreciaba y le ofrecía su amistad, porque sabía callar, porque no hacía excesivas preguntas.
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La hija del coronel de Martín Casariego
UN AMOR ASIMÉTRICO. Ella valía mucho más que yo. Yo era muy pobre, casi un mendigo, y cuando ella me besaba mis ojos permanecían muy abiertos y se llenaban de angustia: esperaban, durante cada beso, que apareciera el cobrador más inflexible, el cobrador más justiciero. Pe Cas Cor |
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