El cielo según Google de Marta Carnicero
Un año, ni más ni menos, fue el tiempo que se dio para el duelo: al terminar, envolvió su sufrimiento con delicadeza y lo metió en un sencillo ataúd, dispuesta a olvidarlo en la intemperie de la tierra húmeda y las lluvias necesarias, sin flores para el recuerdo ni marcas que indicasen el lugar exacto de su dolor. No habría vuelto si yo no hubiera insistido con todas mis dudas Cuando llegamos, me di cuenta de que no lo habría hecho por nadie más; lo abrió ante mí con la ceremonia de un ritual antiguo y nos asomamos las dos, en silencio. Yo, lo reconozco, con una mezcla de desconcierto y vértigo. Ella con la piedad de quien se ve obligada a contemplar una tumba abierta para consignar los estragos que el tiempo había hecho en lo que un día amó.
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