El cielo según Google de Marta Carnicero
Separamos los recuerdos que queremos conservar y los construimos a medida, matizándolos para limar las aristas afiladas y hacerlos asumibles, convirtiéndolos en guijarros que nos llenan los bolsillos con el peso de los años. Algunos, los más preciados, los llevamos apretados en los puños como tesoros de infancia. Nos engañamos. En mis recuerdos, la añoranza paterna es tolerable y deja incluso un dulce regusto de nostalgia. Los momentos dolorosos con Éric han desaparecido, como su rastro en el pijama que no he querido lavar y aún conservo debajo de la almohada. Quizá por eso vivo en el pasado, vuelvo noche tras noche al escenario intacto de una felicidad rememorada.
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