El sueño del celta de Mario Vargas Llosa
¿Tenía sentido todo aquello? ¿La aventura europea del África era acaso lo que se decía, lo que se escribía, lo que se creía? ¿Traía la civilización, el progreso, la modernidad mediante el libre comercio y la evangelización? ¿Podía llamarse civilizadores a esas bestias de la Force Publique que robaban todo lo que podían en las expediciones punitivas? ¿Cuántos, entre los colonizadores –comerciantes, soldados, funcionarios, aventureros–, tenían un mínimo respeto por los nativos y los consideraban hermanos, o, por lo menos, humanos? ¿Cinco por ciento? ¿Uno de cada cien? La verdad, la verdad, en los años que llevaba aquí sólo había encontrado un número para el cual sobraban los dedos de las manos de europeos que no trataran a los negros como animales sin alma, a los que se podía engañar, explotar, azotar, incluso matar, sin el menor remordimiento. |