Una promesa de juventud de María Reig
No tenía más fuerzas para odiar a quien echaba tantísimo en falta. Detuve mi avance por el aseo y me acerque sigilosa a ella. Sin pensar, la abrace por la espalda, en son de paz. Ella me correspondió, poniendo su mano sobre mi brazo. No dijimos nada más, no era preciso. La guerra continuaría allá fuera, pero había terminado entre nosotras.
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