Memorias de Cleopatra. La reina del Nilo de Margaret George
Mi lecho, cubierto con sábanas de lino blanqueado, me resultaba pegajoso. Se notaba la humedad por todas partes. Alguien me había dicho que los ingenieros colocaban durante la noche vasijas de barro no cocido cerca del Nilo y las pesaban a la mañana siguiente para saber cuánta agua habían absorbido: de esta manera podían predecir la crecida del río. Si era cierto que el Nilo exhalaba un brumoso aliento, su aliento estaba ahora lleno de rocío. Nadie puede detener el Nilo. Lo único que podemos hacer es apartar las cosas de su camino, excavar zanjas más hondas para contener el agua y recoger estiércol para extenderlo por los campos que no reciben el cieno. En cuanto a las sabandijas y las serpientes...tendré que averiguar algo sobre el pueblo de las serpientes, los psilis, pues dicen que tienen poderes mágicos... A pesar del aire sofocante y del revoltijo de gruesas sábanas, me quedé dormida. |