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A la sombra de las muchachas en flor de Marcel Proust
Si la muerte hubiese debido golpearme en ese momento, me hubiera parecido indiferente o más bien imposible, porque la vida no estaba fuera de mí, estaba en mí; habría sonreído de conmiseración si un filósofo hubiera emitido la idea de que un día, incluso lejano, yo habría de morir, de que me sobrevivirían las fuerzas eternas de la naturaleza, las fuerzas de aquella naturaleza bajo cuyos pies divinos yo sólo era una mota de polvo; de que después de mí, ¡seguirían existiendo aquellos acantilados redondeados y abombados, aquel mar, aquel claro de luna, aquel cielo! ¿Cómo iba a ser posible, cómo iba a poder durar más el mundo que yo, si yo no estaba perdido en él, si era el mundo el que estaba encerrado en mí, en mí a quien él estaba muy lejos de llenar
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